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Año de serpientes (cap.1)

Capítulo 1

Son las siete. Mejor dicho las seis y cincuentaicuatro. Emilio mira el reloj. No es hora de espantos... ni canta cercano un pájaro verde. Es un país de dólar subeibaja (no baja sino que hace como si bajara para después reventar los planes ahorristas de su clase media). Se ha comprado una camisa de tela escocesa ("tartan" dirá a sus alumnos de lengua inglesa de ese país fervoroso por copiar todo lo foráneo). Una camisa a cuadritos como esas mantas suavecitas que nunca se atrevió a robar en los aviones. Mejor se toma un mate. Está tibio. Demasiado tibio. Se propone por enésima vez la carta. Se encuentra con el gusto de la Melba que mastica despacito hasta que las miguitas ya son crema dulce y salada dentro de la boca. Mira el papel. Mira la nada. La pantalla del Ideal. Un repeluco lo sacude. Y piensa en "repeluco": palabra que usaba su mamá heredada de tía Carmela. Carmen de las Nieves. Suena el teléfono. Suena fina vez más. Atiende.
Walter desde el Kasuga-Mani. HOLA LOCO/CAMBIO/. Es Walter que pesca langostinos cerca de San Borombón. Aquel mapa del Instituto Geográfico militar en la pared de quinto grado, sección "A". Hule resquebrajado, mapa con Provincia Eva Perón y Gobernación de los Andes. Mapa con Escala 1 en no- sé- cuanto. ¿Qué cosa era eso de la Escala en el mapa? Y no podía preguntárselo a la señorita Luisita Agüero: le molestaban las preguntas que no sabía contestar. San Borombón y Punta Indio. El Golfo San Jorge... la Bahía de Todos los Santos... El fuerte de Sancti Spiritu... los caníbales que se comieron a Solís... los indios y las flechas... las lanzas... la que mató al dragón... San Jorge... como su papá... San Jorge de armadura sobre caballo brioso. San Jorge matando dragón en la luna. En la luna de valencia. Dragón muerto a lanzazos. Quizás a machetazos... como los Tobas del Chaco. Como los chicos de Tanzania. Como los Amazonios. Como el abuelo Tata de Carlos: “Uno agarra un machete bien afiladito y donde se la ve que serpentea se le baja el golpe y se la corta en dos, de cuajo... cabeza de cuerpo. La bicha sigue moviéndose como río pero dela por muerta en cuestión de minuto y medio. Una vez maté una... me fui a tomar un mate y a la vuelta, vea usté estaba todavía reculando". Los ríos serpentean pero las serpientes no ríen. Están con una boca engañosa y tensa, esperando su hora, su minuto preciso, su exacto segundo. HOLA WALTER/CAMBIO/. A ver qué dice éste. ¿TODO BIEN EN BUENOS AIRES?/ CAMBIO Le dice SÍ / TODO BIEN /CAMBIO. Y el cable del teléfono se le mueve como víbora en espera. YO ANDO UN POCO JODIDO TODAVÍA CON LA MANO / CAMBIO. Walter en el pesquero. Bodega. Treinta bajo cero. Sube cajones, baja cajones. Cajones subeibaja. Dólar subeibaja. Tiene guantes. Gota en lomo de langostino. Se congela y hace un clavo de hielo. (Pone mano. Clava gota. Pasa guante. Pincha hueso. Grita mucho.) TENÉS QUE CUIDARTE/ CAMBIO. ¿Tiene tinta tu tintero? ¿Tienes alguien que te quiera? ¿Se puede saber su nombre? ¿Gangrena? SIGO EN LA ENFERMERÍA ESTOY CON LICENCIA / CAMBIO. Hedor. Miedo de San Borombón. ¿CÓMO VA LA PESCA? / CAMBIO Cambio de tema para no tocar gangrena. En el cielo las estrellas. "Cielo Sereno": libro de sexto grado. Sexto “de antes”, que no había séptimo. ¿COMO? / CAMBIO. No sube cajones en la enfermería. Sube décimas de fiebre. Cucheta once. MÁS O MENOS CREO QUE EN DICIEMBRrrrrrrr. Radio cortada. Machetazo de viento cortando palabras. Palabras. Palabras graves o llanas. Monosílabos. Binorma. Trinidad Santísima. Cuarteto Leo. Quintillizos Diligenti. Sexto “de antes”. Septisemia. Octava real. Novenario de San Antonio. Décimas de fiebre. Cucheta once. Cambio y fuera. ¿La hora? Boca con hilito baboso de araña. Hilito de tocar, pegar y enrollar. Hilo desde su boca bien abierta intentando lanzar su baba hasta otra encía que también deberá sangrar. De una boca a otra. Bocas con historias comunes de cepillo de dientes, torno, clavo de olor, tratamiento de conducto, prótesis. Bocas con conciencia del pinchazo de una hipodérmica que te adormece antes de tironearte la muela. Tapón de algodón y sangre y saliva. Salive. Babee. Escupa... Mira el papel en blanco. La carta sigue sin empezar. Orden. Orden en la sala. La naranja se pasea de la sala al comedor. Piel de naranja. Quisiera cambiar de piel. Cambiar de tema. Cambiar pocos pesos por muchos dólares. Dejar su camisa de cuadritos de costado, como las que dejan las serpientes en los senderos de Ancasti. No escribe la carta. Abre la boca. Toca la muela mala con la punta de la lengua. Siente que por eso -sólo por eso- puede ser bilingüe.
“Lengua viperina”, le decía su prima. Y él se repetía “viperina, viperina, viperina” hasta que la lengua se le abría de dolor. Y de pronto la palabra “viperina” se vaciaba y él se metía dentro del insulto como si éste fuese una camisa - “una camisa de víbora buena”, se decía. Él se metía dentro de esa y otras palabras que le dolían. Ellas eran, después, sólo una carpa; su tienda en el desierto de las malas lenguas. Cuando nadie lo vigilaba, se miraba en el espejo de la cómoda grande. Sólo veía, sacando mucho la lengua, las anfractuosidades chiquitas. "Papilas gustativas", hubiera dicho su madre. Era profesora de Anatomía en la Normal de Varones. Anatomía. Normal. Varones. Madre de él. Madre de niño con lengua viperina.
Ella entraba a clase. El quería salirse de su banco. Decirle “holamamucha demicorazón”. Pero se quedaba tieso y repetía. con el coro. "Buenosdiasprofesora". Ella sacaba una libreta forrada en papel araña verde y les tomaba lección. A veces los convertía en enjambre y los llevaba al museo escolar. “Mirad este esfenoides”, decía la catalana... “mirad sus cavidades insospechadas”. Pero él nada quería de etnnoides o esfenoides: se extasiaba frente a una vitrina con un pez globo embalsamado. Se veía duro, brillante de barniz. Era un globo perfecto pero con escamas y trucha de pescado. Un gran globo vaciado, sin intestinos. Eso hacía su n nu en las horas de ocio: vaciaba buches y tripas y embalsamaba el envase. Una vez fue a sacar cubitos de la heladera y se encontró con un cuervo muerto. Su madre, venciendo una fobia especialísima por las aves, le había inyectado formol y lo guardaba en el congelador hasta el lunes. Después se lo llevaría al colegio, al taller de taxidermia.
Detrás de la vitrina del pez globo corría un riachuelo de salitre. Los baños de la Normal de Varones estaban justo arriba. El amoníaco de arriba se mezclaba con la naftalina de abajo. Todos hacían caras por el olor. Y él, frente al pez globo, alejado de las cavidades esfenoidales que su madre describía cual mirando un mapa. entraba y salía del pez globo, del olor a mingitorio, de las palabras que le dolían y de las bolitas de naftalina. El entraba y salía de su infancia, a los catorce años: volvía para mirar su lengua de mapa. “Papilas gustativas”, hubiera dicho su madre.
“Lengua bífida”, dijo su abuela a una de las muchachas venidas del campo para tender camas y poner y sacar la mesa. Y se repitió el dolor que sintió cuando su prima se lo decía a él. "No quiero más puntas", se dijo, y se miró al espejo y se sacó la lengua, cansando de aguantarse. Y de pronto, como un ramalazo de luz amarilla, vió cómo la punta de la lengua se le abría en dos, ya sin dolor. Era, en verdad, como una corneta con la que llamaba a los amigos, a ésos que quería de veras. Y no todos los rostros se llegaban hasta ese espejo. Muchos se quedaban en otra calle, otra casa, otro patio. Muchos se le fueron quedando en otros juegos, otras ciudades, otras vidas, otros mapas. Y debajo de las uñas y en la punta de la lengua finalmente entera. Allí sí están sólo sus nombres. No están sus ojos ni sus abrazos. Sólo sus camisas, de costado -corno las de las víboras. Esos. Ellos. Como mugrecita que presiona bajo las uñas. Casi como janas en la lengua.Tiene que escribir la carta. Ahora, a los cuarenta. A las siete y media de la tarde. Y la blanca pantalla, la del Ideal -su preferido- sigue tan nívea como aquellos crisantemos que una vez le regalaron en Río. Eran gordos, hechos de pedacitos de azúcar de torta, cascaritas de caracol, uñitas de bebé: todos apiñados para durar en el sofocante verano carioca. Crisantemos soberbios. Blancos. Tuvieron que entregarse al agobio de esa humedad insoportable, de espejo empañado, de arena casi harina para rebozar peces globo. Cayeron achicharrados, calcinados, agrios. Como puede caerse él de esta vida. Caerse sin haber usado todas las enormes papilas gustativas. Descolgarse de la rama de una vez y para siempre. Escribir su carta y no este telegrama que le dice “vivo en pez globo, vivo en camisas, en Borombón”. Antes tendrá que perdonarse algunos desmayos. Tiene que hablar con su lengua de niño y enfrentar a la señorita Luisita Agüero. Decirle a la señorita de apellido con diéresis o crema que nunca ha olvidado su ignorancia de mapa ni su modo de ignorarlo en clase y que ya jamás de los jamáses perdonará que le gritase “marica” la mañana en que lo vió dando vueltas en el patio. con su blanco, almidonado guardapolvos. Y ejerciendo su lengua viperina podrá decirle que la condenó a vivir en un sendero de arañas y plantas rastreras, cercada por camisas desechadas. Sí, ella es parte de la fauna que el abuelo Tata corta a machetazos aunque sus cuerpos sigan serpenteando. Su carta, sigue sin comenzar.

Jorge Paolantonio
Año de serpientes