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Sarmiento, "un Facundo que agarró pa' los libros"

Elogiado por unos y odiado por otros, Domingo Faustino Sarmiento es todavía objeto de polémicas y tal es el ardor de los antagonistas que comúnmente se ha pretendido dirimirlas lanzando bombas de alquitrán contra su estatua. En el fondo de la disidencia, eI problema religioso enceguecía a ambos bandos y mientras unos lo exaltaban como el propulsor de la ciencia, los otros lo negaban como disolvente agitador contra la creencia tradicional. Por eso importa mucho la opinión de Jauretche acerca del sanjuanino, pues su crítica se realiza desde otra óptica. Defensor de la enseñanza estatal (en tanto elemento de democratización y nacionalización de los inmigrantes, con respecto de la enseñanza confesional que se daría por nacionalidades) Jauretche puntualiza, sin embargo, las graves falencias de Sarmiento sin dejar por eso de reconocerle méritos como prosista, tampoco ignorar su profunda pasión argentina encarrilada, desgraciadamente, por sendas erróneas.

En primer lugar, lo considera un ideólogo, entendiendo por tal al pensador abstracto que desvincula su mundo de ideas, de la realidad en que vive inmerso y que, por tanto, actúa a contrapelo de la misma, hasta pretender incluso negarla. En el prólogo al libro de Luis Alberto Murray, Pro y contra de Sarmiento, Jauretche sostiene:

“Dice Murray, con referencia extraída de Mariano de Vedia, que Roca solía decir de Sarmiento: ‘Amaba a la patria, pero no a sus compatriotas; a la educación, pero no a los maestros; a la humanidad, pero no a sus semejantes’. Mucho tiempo he buscado una forma de definir lo que aquí abunda con el nombre de ideólogo y más que definir, explicarlo por su modalidad; gracias a Murray, que me acerca la cita, me entero de que ya lo había hecho un hombre de nuestro pasado que era, precisamente, la negación del ideólogo. Este ideólogo es el tipo que ama la idea como idea, la abstracción o si se quiere la entelequia, pero no la cosa en sí. ¿Me voy a poner a ejemplificar con todos los demócratas que no dejan gobernar al pueblo o los revolucionarios sociales que desprecian al cliente local de carne y hueso de la revolución, a todos esos que la quieren tan perfecta que no la dejan hacer buena? Si hay alguien que tipifica a ese ideólogo es Sarmiento. Envuelto en su prosa extraordinaria y movido por su capacidad pasional, su empuje y su tenacidad, anda el disparate de las luchas fáciles, las imitaciones pueriles y las certidumbres improvisadas. Escribe, siendo quien es, para negarse, negando la sociedad que lo genera, en su apuro por derogar el hecho y la cosa que ‘es’, en beneficio de lo imaginado o de lo imitado y siendo un casi instintivo conocedor de su medio, de su geografía, de su historia, de su carácter, lo describe y luego lo reniega simplemente porque lo que no es propio es mejor, y esto, justamente, en el megalómano personaje que hace girar la historia alrededor de su yo”.

Ese rasgo sarmientino de captar la realidad, describirla y sin embargo, luego renegarla, lo apunta Jauretche después de una lectura de “Recuerdos de provincia”:

“Asombra ver cómo un individuo de tan extraordinario talento y seguramente inspirado en la enorme pasión de una patria imaginaria, ha caído en esos dislates recubiertos por su magnífica prosa. Veamos cómo la posición a priori, el esquema ideológico en el punto de partida, ciega para ver la realidad por la aplicación de un mal método científico. Sarmiento parte de una premisa falsa, el dilema ‘civilización y barbarie’. Europa y América contrapuestos, lo bueno y lo malo, como en las películas yanquis y desde allí seduce. En el fondo es el disparate rivadaviano -dejando establecidas las diferencias entre este mediocre personaje y aquel genial, aunque desorientado, espíritu- que quiere hacer Europa en América, para lo cual es necesario prescindir de esta última, es decir, de la realidad. Pero, ¿cuántos rivadavianos, sarmientistas y antisarmientistas, en derecha y en izquierda, y aun en el mismo nacionalismo, padecen del mismo mal, aún ahora? ¿Qué es eso de ‘libros o alpargatas’, sino lo de siempre, tipificando esa postura zurda a la que llaman izquierda?

¿Le hubiera ocurrido esto a Sarmiento si hubiera utilizado el método inductivo, que es el científico? Así, en Recuerdos de provincia, cuando habla del pasado colonial en que su madre podía mantener el hogar con sus artesanías y una economía regular estabilizaba la sociedad provinciana, cree que todo eso ha sido destruido por la barbarie caudillesca sin comprender que la barbarie caudillesca ha sido el producto de la destrucción de la economía que añora, por la competencia de la mercadería importada a precios viles. Y no es que no la haya visto, pues lo dice. No puedo renunciar a reproducir esta página: “Yo me he asombrado en los Estados Unidos al ver en cada aldea de mil almas uno o dos bancos y saber que existen por todas partes propietarios millonarios. En San Juan no ha quedado una fortuna en veinte años de federación. Carriles, Rosas, Qros, Rufinos, Limas y tantas otras familias poderosas, yacen en la miseria y descienden de día en día a la chusma desvalida. Las colonias españolas tenían su manera de ser y lo pasaban bien, bajo la blanda tutela del rey, pero vosotros habéis inventado con largas espuelas nazarenas, apenas desmontados de los potros que domaban en las estancias, creyendo que el más negado es el que mejor gobierna. La riqueza de los pueblos modernos es hija sólo de la inteligencia cultivada, etcétera, etcétera... Vedla a Inglaterra, la Francia, los Estados Unidos, donde no hay restaurador de las leyes ni estúpido héroe del desierto, armado de un látigo, de un puñal y de una banda de miserables para gritar y hacer efectivo el salvaje ‘¡Mueran los unitarios!’, es decir, los que ya no existen, y entre quienes se contaron tantos ilustres argentinos. Habéis oído resonar en el mundo otros nombres que los de Cobden, el sabio reformador inglés...”

Desmejorad el estilo y estaréis oyendo a uno de nuestros tilingos actua1es. ¿Sabía Sarmiento siquiera que en esos momentos Canning ejecutaba, en la política, el pensamiento de su admirado Cobden, en la fórmula “Inglaterra será el taller del mundo y la América del Sur, su granja”, para lo que entonces, como ahora, era necesario que se destruyesen esas artesanías y esas fortunas que ingenuamente cree que ha destruido el bárbaro caudillo, cuando éste es el fruto de esa destrucción? No, no lo sabía, como no sabe el tilingo de hoy que esa fórmula persiste con toda su vigencia.

Esa incapacidad de Sarmiento para entender la Argentina, siendo él mismo tan argentino, obedece a ese pensamiento abstracto que parte de una premisa fundamental que es falsa: la concepción de civilización y barbarie”.

“Domingo Faustino Sarmiento -dice Jauretche- fue el padre de esta zoncera madre que las parió a todas, que la trae en las primeras páginas de Facundo, pero que ya tenía vigencia antes del bautismo en que la reconoció como suya”. Y comenta Jauretche: “La idea no fue desarrollar América según América, incorporando los elementos de la civilización moderna, enriquecer la cultura propia con e1 aporte externo asimilado, como quien abona el terreno donde crece el árbol.

Se intentó crear Europa en América trasplantando el árbol y destruyendo lo indígena, que podía ser obstáculo al mismo para su crecimiento según Europa y no según América. La incomprensión de lo nuestro preexistente como hecho cultural o mejor dicho, el entenderlo como hecho anticultural, llevó al inevitable: todo hecho propio, por serlo, era bárbaro, y todo hecho ajeno, importado, por serlo, era civilizado. ‘Civilizar, pues, consistió en desnacionalizar... Identificar a Europa con la civilización y a América con la barbarie, lleva implícita y necesariamente la necesidad de negar a América para afirmar a Europa, pues una y otra son términos opuestos: cuanto más Europa, más civilización; cuanto más América, más barbarie, de lo que resulta que progresar no es evolucionar desde la propia naturaleza sino derogar la naturaleza de las cosas para sustituirla. De ahí nace –agrega Jauretche– la autodenigración, típica expresión del pensamiento colonial. De ahí resulta posible que Sarmiento dijera “El mal que aqueja a la Argentina es la extensión” y planteara soluciones atentatorias de nuestra integridad territorial, como asimismo sostener que nuestros pueblos carecen de capacidad fabril y deben ser provistos por Inglaterra o pronunciarse en contra de la creación de una marina propia.

Pero Jauretche considera que más allá de estas profundas deformaciones de su pensamiento, Sarmiento debe ser rescatado en sus facetas positivas, no así los sarmientinos, variantes que van desde los maestros primarios hasta los académicos y “leones” “que han hecho pedestal propio de una falsa imagen de Sarmiento al encaramarse en los bustos y cuerpos enteros del prócer que cubren la república, en bronce, mármol y yeso”. Por eso, en varias ocasiones, Jauretche reivindica parcialmente al sanjuanino: “Sarmiento es para mí uno de nuestros más grandes –sino el mejor– prosistas. Narrador extraordinario –aun de lo que no conoció, como sus descripciones de la pampa y el desierto–, sus retratos de personajes, más imaginados que vistos, su pintura de medios y ambientes, sus apóstrofes, sus brulotes polémicos, al margen de su verdad o su mentira, son obras maestras. Forman una gran novelística hasta el punto de que lo creado por la imaginación llega a hacerse más vivo que lo que existe en la naturaleza. A este Sarmiento se lo ha resignado al segundo plano para magnificar al pensador y al estadista, siendo que sus ideas económicas, sociales, culturas, políticas, son de la misma naturaleza que su novelística: obras de imaginación mucho más que de estudio y de meditación.”

Ese Sarmiento con sus claroscuros, no el santón laico propulsor del progreso y admirador de Estados Unidos, que nunca faltaba a clase (cuando en San Juan no llueve durante el periodo lectivo, como acota Jauretche), no tampoco el enemigo de la religión que pretenden pintar otros, sino el argentino pasional, que querrá construir el país a trompazos, urgentemente, el que ansiaba ser provinciano en Buenos Aires y porteño en las provincias, el que fue combatido tenazmente por el mitrismo, ese Sarmiento contradictorio y genial, es el que resume Jauretche en el siguiente articulo:

Un Facundo que agarró pa’ los libros

“Hay que separar a Sarmiento del sarmientismo. Porque en Sarmiento hay mucha tela para cortar, mucho que decir, a favor y en contra. Estamos en presencia, en primer lugar, de un temperamento apasionado y combativo, de un extrovertido. Y de un bárbaro. En el sentido que él, le da a la palabra bárbaro, que no es el clásico de los griegos, que llamaban bárbaro a lo foráneo. Más bien, quiero decir, un primitivo, un primario que obedece sólo a los impulsos de la naturaleza, y que no se controla por las convenciones de la cultura. En este sentido, su retrato, de Facundo es casi un autorretrato. (Al fin y al cabo, son parientes, porque no hay que olvidar que de las muchas mentiras del sarmientismo está el ocultar que Sarmiento se llamaba Quiroga, y era pariente, por la mano izquierda del riojano. Como se ve: casi una pelea entre primos, esto de civilización y barbarie.)

A este propósito, alguna vez he dicho que Sarmiento es un Facundo que agarró pa’los libros. Y por los libros, ansiaba y destruía en nombre de su divisa. Su divisa era la civilización. Y así, hizo del problema argentino una alternativa entre civilización y barbarie, que suponía la necesidad de barrer el país real para fundar otro, sobre la tierra desprovista de tradiciones y hasta de nombres. (¿Qué otro sentido tiene su consigna de matar gauchos?) Es un unitario más, con la idea dominante que empieza en Rivadavia: fundar Europa en América, para lo cual hay que atomizar y desamericanizar dejando la tierra libre de estorbos. Destruir la patria grande, para hacer una patria chica donde no hubiera indio, ni gaucho, ni selva, ni montaña, ni desierto, ni nada difícil de dominar. Un almácigo para transportar la civilización europea llenando el país de rubios. Aunque esto fuera escupir al cielo. Es la misma línea ideológica que privó a San Martín de medios para completar la independencia de América, provocando la segregación del Alto Perú, deseada por Rivadavia, la que se completó con la pérdida del Uruguay y las misiones orientales y con la guerra del Paraguay, cuando hicimos política brasileña.

Hay que comprenderlo a Sarmiento. Tiene apuro por hacer el país y lo quiere hacer fácil. Quiere evitar las dificultades que impone la realidad. Es una puerilidad de niños que están jugando a la historia y lógicamente los ayudan los grandes que tienen interés en que esa historia se juegue: ahí está la mano del extranjero. La verdad es que Sarmiento es un gran escritor de imaginación. Un Julio Verne argentino, pero con una prosa más vigorosa, aunque con menos aciertos. Prisionero de su esquema, civilizaci6n o barbarie. Nos dice, en Re cuerdos de provincia, en los ’buenos tiempos del rey’... había prosperidad económica, y que ahora el caudillo bárbaro la ha destruido. Tiene delante los efectos de la libertad de comercio que ha arruinado las industrias provincianas, y le echa la culpa al efecto -que es el caudillo-, y no a la causa, que es lo mismo que estimulaba con su ideología.

Ideología, ahí está la raíz. El afán de crear al país conforme a un modelo apriorístico, de niño del campo al que lo han llevado a ver la iluminación del 25 de mayo. Viaja, pero no para aprender sino para deslumbrarse y copiar...

Pero el problema es el sarmientismo: la religión deliberadamente creada para falsificar la historia e impedir que el país encuentre su verdadero rostro en el pasado, para que componga su rostro en el presente. El sarmientismo, como el rivadavianismo, o el mitrismo, son ahora industrias de profesionales que viven de la explotación de las canteras de donde sacan estos mármoles, para sus propias consagraciones, no la de los aburridos próceres que, en realidad, están en desuso.


Jauretche. Libros y alpargatas - “Civilizados o bárbaros”

(Comentarios de Norberto Galasso)

Los Nacionales Editores, B. Aires, 1983