Podés escribir a: al.coll@yahoo.com.ar

¿El último Virrey?


de Juan Carlos Cernadas Lamadrid
 
Escena 1

Interior, sala principal del Virrey en el Fuerte de Buenos Aires. Mayo de 1810. Sala decorada con cierto boato. En realidad el ámbito debe mostrar por un lado la carencia de recursos y por el otro el afán de reproducir el estilo de la corte española. En el ángulo izquierdo, haciendo esquina, un ventanal no muy grande que da supuestamente al Río de La Plata. El otro ventanal, que supuestamente da a la plaza, será a la derecha del proscenio o sea al público. En una de las paredes se destaca un retrato de Fernando VII. En otra, el escudo de armas del Virrey. Adosado a una de las paredes, un mueble de estilo marinero alto con decenas de cajoncitos. A la izquierda, el escritorio del Virrey. Hacia el centro, una mesa chica y tres sillas rodeándola. A derecha, dos sillones enfrentados. Sobre la mesa escritorio, rollos de mapas, un catalejo y un tintero con plumas.
Al iniciarse la acción, el Virrey sentado en una de las sillas que rodean la mesa, pero abierta de esta, tiene sus pies metidos en una palangana. En sus manos, sostiene el pliego de una Gaceta que lee con ansiedad y angustia creciente. Viste una suerte de camisón largo y sobre sus hombros un manto rojo con el emblema del Rey. A la izquierda y hacia el proscenio, el SECRETARIO, hombre menudo, de unos cincuenta años, de talla pequeña, ademanes nerviosos, lentes chicos caídos sobre la punta de su nariz, aparente actitud sumisa, vigila una olla con agua caliente. Anochece. Un tiempo de silencio.

CISNEROS: (Para él mismo y por lo que acaba de leer) ¡Sedición...! ¡Confabulación...!
El SECRETARIO menea la cabeza intentando imponerse mayor paciencia.
(Inadvertido) ¡No hay grandeza, ni honor, ni fidelidad...! ¡Sólo mezquino interés! (Esgrimiendo el pliego e intentando pararse, pero sin lograrlo por la palangana) ¡Y esta es la prueba...! (Mira a su SECRETARIO) ¿Me estás escuchando?
El SECRETARIO asiente en tanto frota sus manos sobre el vapor de la olla intentando mitigar el frío. CISNEROS, casi dramático, patético, esgrimiendo el pliego.
¡El secreto se ha roto! No puedo negar lo que se ha hecho evidente... y, al mismo tiempo, ¡no puedo confirmar lo evidente sin negarme a mí mismo!
El SECRETARIO siempre en la misma actitud, hace un gesto como diciendo: “es obvio”. CISNEROS lo mira intrigado. Luego, casi ingenuo:
¿Qué debo hacer?
El SECRETARIO vuelve a hacer un gesto con la cabeza, indefinido, sin importarle. CISNEROS hace una pausa en la que queda como desconcertado. Luego intempestivo.
¡Ya sé! (atribulado sale de la palangana. Hacia su SECRETARIO) ¡Redoblaré las guardias en las calles…! (arrebatándose) Mandaré arrestar a cuantos sean... ¡Sembraré el terror, el espanto! Haré fusilar a todos quienes...
SECRETARIO: El piso, señor...

CISNEROS: (Que no ha oído bien) ¿Qué has dicho?

SECRETARIO: (Impaciente, molesto, pero cortés) ¡El piso!

Como en falta, pero con dignidad, CISNEROS regresa a la palangana a tiempo que de interiores y por arcada de lateral derecho aparece intempestivamente INÉS, esposa de CISNEROS. Es apuesta, llamativa, aún bonita, entre 40 y 50 años. Llega excitada, cubierta de polvo y con un paquete de telas entre las manos. CISNEROS, sorprendido permanece de pie junto al recipiente.

INÉS: ¡Es imposible...! Apenas se da dos pasos por esta maldita ciudad y una queda cubierta de polvo. Se mete por las enaguas, se pega en la cara, en la lengua.... ¡Mira mis zapatos! ¡Dónde hemos venido a parar, Señor! (Se golpea la ropa y efectivamente el polvo parece inundarlo todo)

SECRETARIO: (Casi para él y cubriendo su nariz) No aquí, señora... No aquí. (Se aparta)

INÉS: (Descubriendo a CISNEROS, alarmada) ¿Qué estás haciendo?

CISNEROS: (Dramático) ¡España agoniza!

INÉS: (Bien en ama de casa) Estás mojando todo.
SECRETARIO: Es lo que le dije.

(CISNEROS estornuda)

INÉS: Encima te vas a resfriar, ¡por Dios! (Rápida, deja las telas. Toma a CISNEROS de un brazo y lo vuelve a la palangana) Regresa a esa dichosa batea y quédate quieto.

CISNEROS: (Que no oye bien) ¿Qué estás diciendo?

INÉS: (Sobre acción) ¡Vamos...! ¡Vamos!

Hace subir a CISNEROS a la palangana y luego con un solo dedo, empujándolo levemente le hace perder el equilibrio y, por lo tanto, sentar.

CISNEROS: (Sobre acción a INÉS. Desalentado) Acaba de llegar un buque inglés...

INÉS: Ya lo sé. De ahí vengo... Bueno, no de ahí exactamente, sino del comercio del amable señor Matheu. (Tomando el paquete de telas y abriéndolo) Pero es lo mismo... Trajo cosas maravillosas de esa fragatita que acaba de llegar... ¿Cómo se llama...? Tiene un nombre difícil... Bueno, no importa...

SECRETARIO: (anticipándose) Mistletoe.

INÉS: ¡Eso! (Por las telas) ¿No son fascinantes?

CISNEROS: (Impaciente, alterado) ¡¿Qué hablan?! ¡No los escucho!

INÉS: (Mostrándolas) Mira... ¡Mira qué telas! (Colocándose una sobre su cuerpo)

CISNEROS: (Impactado al verlas) ¡Inglesas!

INÉS: (Natural) ¿Y de qué otra parte iban a ser?

CISNEROS: (Fuera de sí, incorporándose sin salir de la palangana) ¡De contrabando!

INÉS: ¿Por qué de contrabando? ¡No, vos mismo abriste el puerto!

CISNEROS: (Desconcertado) ¿Lo hice? (Parece tambalearse) Todo se me confunde últimamente. (Mira a INÉS) ¡No debiste comprar esas telas!

INÉS: Nos guste o no, en estos tiempos no hay otra manera de conseguir algo decente con que vestirse.

CISNEROS: (Sin oírla, exasperado, saliendo nuevamente de la palangana) ¡Esa fragata acaba de traer la evidencia... (Esgrime La Gaceta) de que España ha sido aniquilada...! ¡España agoniza y a nadie le importa! ¡Ni a ti! Los ingleses desparraman mercaderías como noticias y noticias como mercaderías alentando a la insurrección... (Con cierto abatimiento) Y mi propia mujer compra unas y otras.

INÉS: (Cortándolo) Ya todo el mundo aquí lo sabía. No necesitaban ninguna fragata que se los dijera.

CISNEROS: ¡Pero esta Gaceta desparramada por la ciudad es la que me obliga a mí a saberlo! ¿Y ahora debo yo confirmar las noticias del desastre...? ¿Decir que Sevilla ha caído...? ¿Que Andalucía ya no existe...?

INÉS: (Luego de un instante de reflexión) Sería lo aconsejable.

CISNEROS: (Sin querer oír) ¡No susurres!

INÉS: (Acercándose al oído sano, alzando la voz) ¡Es lo que debes hacer!

CISNEROS: ¡Nunca! ¡Me niego! (Abandonando la palangana) ¡Antes sembraré el terror... el espanto...! ¡Eso es lo que haré!

INÉS: (Tomando las telas para iniciar mutis) Mejor sería que el pueblo oyera la voz serena de su virrey y no gritos y amenazas que podrían parecer de impotencia.

CISNEROS: (Al SECRETARIO) ¿Qué dijo?

INÉS: (Advirtiendo que ha salido nuevamente de la palangana) ¡El piso, por Dios! ¡No tenemos sirvientes todo el día que nos atiendan!

INÉS hace mutis hacia interiores por el mismo lugar por donde entró, llevándose el paquete y las telas que había sacado, dejando la puerta abierta

CISNEROS: ¡Infamias...! (Observa la puerta abierta que ha dejado INÉS. Al SECRETARIO.) Cierra la puerta. Odio el viento que se cuela por las hendijas... y los oídos que aprovechan las circunstancias. (Estornuda. Reparando en el SECRETARIO) No te quedes ahí parado, mirándome como si fuera un espectro... ¡cierra la puerta!

SECRETARIO: (Simula la acción de correr hacia la puerta, pero en realidad no corre) Sí, Vuestra Excelencia.

CISNEROS: (Para él, regresando a la palangana y sentándose en la silla) No me conocen aún... ¡Ni conocen a España! Si España se levantó de siete siglos de dominación árabe ¿por qué no ha de hacerlo ahora? ¡Cien franceses juntos no tienen el coraje de un solo moro!

El SECRETARIO cierra la puerta y lo mira.

CISNEROS: (A este, retomando su tono enérgico) ¡Que vengan los comandantes! ¡Que se presenten en forma inmediata! ¡Corre!

El SECRETARIO refunfuñando hace mutis cansinamente, cerrando la puerta. Se oye un trueno.

CISNEROS: (Reflexivo, atento sólo a sus pensamientos) Si la chusma afiebrada pretende una pueblada no dejaré cabeza sobre tronco. Repetiré el escarmiento que impuse en la ciudad de La Paz, pero con mayor religiosidad. Es decir, con minucioso fanatismo. (Se incorpora. Va hacia el foro. Busca en los pequeños cajoncitos del mueble, abriendo nerviosamente uno por uno) Si en el Alto Perú ordené ejecutar a diez... ¡aquí serán cien! Si allá se degollaron a mil... ¡entonces esta noche rodarán las cabezas de diez mil! (Alterado alzando la voz) ¡¿Dónde está el informe?! (Casi histérico) Necesito saber a cuántos maté para saber a cuántos debo matar! El mañana es la consecuencia inevitable del ayer. (Tira varios cajoncitos) Nunca encuentro nada aquí. (Mira el desorden. Luego con un asomo de agobio) Quizás no haya futuro.

Se oye un trueno, a tiempo que regresa el SECRETARIO.

SECRETARIO: (Simulando estar jadeante) No hay ninguna autoridad militar en el fuerte, Excelencia. Sólo la Guardia.

CISNEROS: (Sordo. Casi para él) Confabulan... Yo lo sé. Deben estar reunidos en esos dichosos cafés o en esa pestilente jabonería de ese tal Vieytez. (Queda inmóvil un instante. Luego busca el apoyo de la silla. Hablando con él mismo) Quizás tenga razón, Inés, con ocultar los hechos no ganaré mucho. Y aún si siembro de cráneos la plaza, las cabezas, suponiendo que encuentre quien las corte, ciegas y sangrantes, atestiguarán de todas formas el desastre. Peor aún. Mudas, sin lengua posible, les dirán a todos que he quedado solo. No. Haré un bando que serene los ánimos. Eso. Que disuada a los revoltosos. (Mirando al SECRETARIO. Fuerte) ¡Siéntate y escribe!

SECRETARIO: Sí, vuestra Excelencia. (Presuroso hacia el escritorio)

CISNEROS: ¿Qué dijiste?

SECRETARIO: (Deteniéndose, dudando de haber cometido algún error) Sí, vuestra Excelencia.

CISNEROS: Teniente General. Esta noche quiero que me llaméis Teniente General.

SECRETARIO: Sí, vuestra Excelencia.

CISNEROS: ¡Muévete!

En tanto el SECRETARIO prepara el papel, abre el tintero y toma la pluma. CISNEROS desplegando un mapa roto, monologando con él mismo.

Napoleón derramó sus tropas por toda España como un torrente hasta no dejar nada... Y yo aquí... Sin Rey ni reino... Ni siquiera la posibilidad de una muerte honrosa. Condenado a redactar un bando miserable para sosegar minúsculos traidores, alimentados por intereses más pequeños que ellos... (Se sienta, mete los pies en la palangana.)

SECRETARIO: ¿Escribo eso...?

CISNEROS: (Alterado) Yo te diré cuándo y qué... (Estornuda) Está fría el agua. (Sale de la palangana) ¡Hazla cambiar! (El SECRETARIO se incorpora, toma una campana, va hacia la puerta y allí la hace tañir) Encima debo ser cauto y alabar a los criollos. Tenderles mi mesa, en tanto ellos preparan el festín de la revolución. Francia se relame e Inglaterra afila sus garras. ¡Triste destino!

Llega a través del ventanal que da al río el resplandor de un relámpago. Se oye un trueno y luego el efecto de una lluvia intensa. Cisneros, rápido, se desplaza hasta el ventanal y mira hacia el río.

¿Qué es esa luz que oscila en la noche como un péndulo? ¡El catalejo...!

El SECRETARIO corre al escritorio, toma el catalejo y acercándose al ventanal que da al río mira a través de este. Siguiendo la luz, balancea su cuerpo.

SECRETARIO: Es la fragata Mistletoe, señor.

CISNEROS: (Sacándole el catalejo) ¡Trae aquí! (Observa un instante hacia el río. Se oye un trueno) Sí, ahí está... Al acecho. (Pausa) ¿No había yo expulsado a los ingleses de estas tierras?

SECRETARIO: Mañana, señor, se vence el plazo. Seguramente esta fragata ha venido a buscarlos.

CISNEROS: ¿Lo crees?

SECRETARIO: Creo en lo que Vuestra Excelencia dispone.

CISNEROS: ¿Por qué no los eché antes?

SECRETARIO: Debieron irse en diciembre.

CISNEROS: Pero estamos en mayo.

SECRETARIO: Luego su Excelencia cambió la fecha. Sin duda alguna razón debió haber tenido, su Excelencia, pero no la recuerdo.

Se abre la puerta y entra una mulata joven, descalza, con toda su belleza casi expuesta. Trae una tinaja vacía.

SECRETARIO: (A ella) Cambia el agua.

CISNEROS: (Aún junto al ventanal con el catalejo) Envidio al capitán de ese buque inglés. Debe disfrutar esta tormenta. (Baja el catalejo. Hondo) A veces imagino que este fuerte es un navío... sólo que está varado. (Se aparta unos pasos del ventanal. Apesadumbrado) Cuando llueve esta ciudad puede tragarse todo. Aquí la tierra es voraz. He visto desaparecer en plena calle caballos engullidos por el lodo. A veces me pregunto si yo mismo... (En rápida transición al SECRETARIO) Dime... ¿llovía cuando yo llegué a estas tierras?

SECRETARIO: (Imprevistamente nervioso) No lo recuerdo con exactitud, Vuestra Excelencia.

CISNEROS: (Enérgico) ¡Te lo ordeno!

SECRETARIO: (Casi alucinado) Sí, recuerdo que llovió con las invasiones inglesas... pero no recuerdo bien lo de las invasiones... Incluso llovió cuando intentaron derrocar al señor Liniers, pero no sé por qué quisieron derrocarlo... También recuerdo que llovía cuando...

CISNEROS: ¡No me interesa! ¡Responde a lo que te pregunto!

SECRETARIO: (Más nervioso. Restregándose las manos) Trato de hacer memoria, Vuestra Excelencia... Mi trabajo es olvidar, señor. He servido a demasiados virreyes.

CISNEROS: ¡Esfuérzate!

SECRETARIO: Veamos...

CISNEROS: Te escucho.

CISNEROS comienza a pasearse de un lado a otro. El SECRETARIO, sumiso lo sigue. La mulata a todo esto ha vaciado el contenido de la palangana en la tinaja y ahora está junto a la olla del brasero que toma con cuidado.

SECRETARIO: Recuerdo que al arribar, Vuestra Excelencia, desechó el carruaje y prefirió entrar a pie en la ciudad (Entusiasmándose) Recuerdo también al pueblo agolpado en las calles arrojando sus sombreros a vuestro paso...

CISNEROS: ¡Deja de perseguirme!

SECRETARIO: (Deteniéndose radiante) Y si tiraban los sombreros se deduce fácilmente que ese día no llovía, Vuestra Excelencia.

CISNEROS: (Hondo. Inmóvil) No es esa, sin embargo, la sensación que guardo. (Fuerte, enérgico) ¡Regresa al escritorio! Comencemos de una vez con este maldito bando.

El SECRETARIO corre al escritorio y toma nuevamente la pluma. La mulata vuelca el contenido de la olla en la palangana que queda humeante.

CISNEROS: Siento los pies pesados y las rodillas exhaustas, como si me hubiera arrastrado largo tiempo en el barro. (Camina hacia la silla con esa sensación) ¡La realidad es quimérica! (Llega a la silla, se apoya) Quizá me he arrastrado por el barro y no me he dado cuenta... (Al SECRETARIO) Afina la pluma... (Se sienta) Quizá ahora ni siquiera esté aquí. (Suspira) Debo hablarle al pueblo en tono ingenuo y sencillo, como son. Paternalmente. Eso. Debo evitar paternalmente la borrachera de la sedición. Curioso destino. Paternalmente, dije. (Imperativo) ¡Escribe! (En tono monacal) “El Virrey de Buenos Aires... a los leales y generosos pueblos de su virreinato...”

Mete los pies dentro de la palangana y al quemarse da un grito desgarrador. La mulata aterrorizada huye velozmente.
Apagón.
Escena 2
El escenario queda totalmente a oscuras. Sólo algún relámpago ilumina parcial y fugazmente el ámbito. Se oye el efecto de una lluvia intensa. La palangana ha sido retirada y el brasero se ha apagado. Inés gana el lugar munida de una exigua luz de candil. Viste ropa de cama. La sensación de frío ha aumentado. Está próximo a amanecer. CISNEROS, oculto en un ángulo de sombra cerca del ventanal que da a la plaza.
INÉS: (Sin ver con claridad y sin alzar la voz) ¿Estás ahí? ¿Baltasar...? (silencio) ¿Te has dormido?

CISNEROS: (Desde la sombra. Ofuscado) ¿Qué haces, mujer? ¡Apaga esa luz!

INÉS: (Avanzando sólo unos pasos) Hace frío aquí. Ven a la cama ¿Dónde estás?

CISNEROS: ¡Silencio!

INÉS: ¿Por qué...?

CISNEROS: ¿No oyes?

INÉS: (Luego de un instante) Sólo la lluvia.

Exasperado, apareciendo como alucinado y hacia la ventana que da a la plaza.

CISNEROS: ¡Detrás de la lluvia! Pasos, sombras. Murmullos, reuniones trasnochadas y húmedas traiciones. (Casi para él, hondo) Se conspira. Lo sé. Lo siento.

INÉS: Lo permitiste. Día a día... hora a hora. Es más: lo fomentaste.

CISNEROS: (Apartándose, molesto, harto, agotado) Vuélvete a la alcoba... ¡Húndete entre las cobijas!

INÉS queda mirándolo y menea con agobio la cabeza.

CISNEROS: (Acuciado por la actitud de ella) ¿Qué quieres?

INÉS: (Serena, honda) Regresar.

CISNEROS: (Bajo la imposibilidad un hálito de esperanza) ¿Regresar...?

INÉS: Quizá aún estemos a tiempo.

CISNEROS: (Evasivo) Soy el virrey... ¿lo olvidas?

INÉS: No yo. ¡Aquí es donde parecen olvidarlo! (Irreprimible) ¿Cómo es posible que el Virrey no tenga siquiera un carruaje propio? ¿Cómo es posible que en toda esta ciudad sólo exista...¡uno!? ¿Cómo es posible que hasta los cubiertos debamos pedirlos prestados?

CISNEROS: (Exasperado) ¡No me atormentes en medio de la noche con minucias domésticas!

INÉS: ¡No lo son! (Acosándolo, incisiva) ¿Cuál es la investidura del señor Virrey si ni siquiera puede aparentarla? ¿Cuál su autoridad si carece de privilegio? ¿Cuál su poderío si en medio de la tormenta apenas puede guarecerse y espera que amanezca como un mendicante? (CISNEROS se agobia. INÉS acercándose incisiva) ¿Para qué vinimos aquí? Hubiera sido preferible quedarnos en España. Mil Napoleones, la guerra, incluso la sangre, la muerte, antes que esta América de lodo, que esta miseria, que esta humillación.

CISNEROS: (Exasperado, pero impotente) ¡Me negué... lo sabes!

INÉS: ¡Pero finalmente aceptaste! ¡No debiste hacerlo! No debiste dejarte engañar con títulos y paraísos que luego...

CISNEROS: (Interrumpiéndola, exaltado) ¡Me vitorean...! ¿Oyes?

INÉS: (Se estremece por el frío) Sueñas. (Acercándose al brasero. Baja, honda) Sólo oigo la lluvia.

CISNEROS: ¡No! Me vitorean!

INÉS: ¡Eso fue ayer! Y no sólo los oí, los vi también. (INÉS se sienta ante el brasero)

CISNEROS: ¿Cuántos eran?

INÉS: ¿Quieres saberlo...? No más de diez. Y aunque hubieran sido cien... ¡¿Qué importa?! ¡Vulgo! ¡Nada más que vulgo!

Coloca los pies sobre el brasero manteniéndolos en el aire.

CISNEROS: ¿Quién no es vulgo aquí, señora?

INÉS: (Por el brasero) Se ha apagado. Ni siquiera esto. (En reacción femenina, pateando y haciendo rodar el brasero) ¡Estoy harta! ¡Harta de esta ciudad, de la gente, de la comida, de la lluvia, de la humedad, del barro, de todo!

CISNEROS: Llama a la servidumbre. (Tomando una campana y dándosela) ¡Despiértalos! ¡Que aviven el fuego!

INÉS: (Con la campana en la mano desafiante) No hay servidumbre... ¡¿O no lo sabes?!

CISNEROS: (Queda desconcertado un instante. Luego desechando la realidad) Entonces también conspiran. ¡Por Dios que la ciudad conocerá mi fiereza!

INÉS: (En reacción, azuzándolo, acosándolo) ¡Así habla un virrey! ¡Que lo escuchen todos! ¡Que la ciudad entera tiemble! ¡Llama a tus soldados! ¡Despiértalos! (Ofreciéndole a su vez la campana) ¡Vamos!

CISNEROS, turbado, advertido, no atina a moverse. Haciendo tañir entonces ella la campana.

¡Vizcaínos...! ¡Gallegos...! ¡Catalanes...! Levantad las armas y acudid en defensa del honor de España y de don Fernando VII y de vuestro Virrey, don Baltasar Hidalgo de Cisneros, Gentilhombre de Cámara de su Majestad y Caballero de la Gran Cruz de Isabel la católica! Pero... ¡cuidado! ¡Que no os escuchen los Patricios! ¡No, ellos, no! Ah,... porque si ellos en sus cuarteles...

CISNEROS: ¡Inés...! ¡Basta!

Forcejea con ella y le saca la campana. La arroja y hace mutis hacia interiores.

INÉS: (En reacción, desesperada) ¡Ya no existen ni vizcaínos, ni catalanes ni gallegos! ¡Los echaste...! ¡Los regresaste a sus casas como mujeres! “Seré el pan de la conciliación” decías y cediste para congraciarte a todo y a todos dejando en manos de los criollos el poder de las armas... (Transida) Y ahora estamos solos. Sin destino... (Tapándose con las manos el rostro) ¡Regresemos, por favor! ¡Regresemos como sea!
Apagón


Escena 3
Lentamente crece la luz en el escenario. Mismo ámbito. Mediodía. La luz plomiza, como la jornada. Se ven ahora tres o cuatro braceros encendidos diseminados por la sala. CISNEROS viste ropa militar, sin boato alguno como de fajina, pero acorde a su grado y rango. Está junto a la ventana que da a la plaza. Allí, haciendo pantalla con su mano sobre el oído, escucha. En su otra mano, una copa grande de vino. En el centro de la escena se ha puesto la mesa para el almuerzo, que ya se ha iniciado. Lo sirve la mulata.

CISNEROS: Dicen que mi bando alteró los ánimos. ¡Que no hice más que fomentar revoltosos...! Los señores del Cabildo me alarman inútilmente. Si hay revoltosos yo nos he visto. ¡En cambio he escuchado vivar mi nombre! (Casi para él) Y si pude escucharlo es que no eran pocos.

INÉS: (Entrando) Eso fue hace tres días.

CISNEROS: ¡Qué importa cuándo!

INÉS gana la mesa y se sienta a esta.

INÉS: ¿Vas a comer otra vez todo frío...? Después te quejas de espasmos.

Entra al ámbito el SECRETARIO quien queda junto a la puerta, expectante, sin saber bien cómo encarar a CISNEROS.

CISNEROS: Ciudad contradictoria esta. Cuando todo parece sucumbir, renace. Y en el mismo instante en que renace, se esfuma. (Regresa a la mesa y cuando está por sentarse descubre al SECRETARIO cerca de la puerta de acceso) ¿Qué haces ahí parado?

SECRETARIO: (Nervioso) El Síndico pide audiencia, señor.

CISNEROS: (Casi para él) ¿Ahora...? Buena señal. (Se ríe bajo) Señal que los ánimos se han serenado. (Se sienta a la mesa. A INÉS) Quedamos en jugar a los naipes a las tres de la tarde. (Se llena la boca con un trozo grande de carne, luego alzando la voz y al SECRETARIO) Dile al señor Síndico que no sea ansioso. (A INÉS) Pierde al tresillo y desespera por el desquite. (A la mulata, extendiendo su brazo con la copa) Vino.

INÉS:

CISNEROS: Hoy no. (La mulata le sirve de una jarra)

SECRETARIO: No se trata del juego de cartas, señor.

CISNEROS: (Desentendiéndose) Sea lo que sea que venga después del almuerzo.

SECRETARIO: Es que lo trae algo grave, Excelencia. Urgente.

El SECRETARIO, rápido se acerca y va a susurrarle algo al oído.
CISNEROS: (Ofuscándose) ¡Del otro lado!

Molesto el SECRETARIO cambia de oído, allí le susurra el mensaje.
CISNEROS: (Demudándose) ¿A eso han llegado? (Incorporándose como electrizado) ¿Y viene sólo el Síndico a decírmelo...?

SECRETARIO: A nadie más he visto, Excelencia.

INÉS: (Alarmada) ¿Qué ocurre?

CISNEROS: ¡Hazlo entrar!

El SECRETARIO presuroso va hacia la puerta. INÉS se incorpora atribulada.

INÉS: (A Cisneros) ¿Qué viene a decirte?

CISNEROS: (A la mulata) ¡Fuera todos!

La Mulata hace mutis rápido. Al salir por la puerta se topa con el SÍNDICO que entra tras el SECRETARIO, produciéndose una breve confusión.

INÉS: (Advertida, baja) ¿Piden tu cabeza?

CISNEROS: (Ante la posibilidad hasta ahora no pensada, tomándose la cabeza con un dejo de temor) ¿Mi cabeza?

SÍNDICO: (Entrando y saludando con una leve reverencia, manteniéndose siempre a distancia, a tiempo que descubre su cabeza) Excelencia... Señora... Mis respetos.

INÉS contesta con un leve movimiento de cabeza y se aparta quedando en un ángulo atenta a todo. El SÍNDICO avanza unos pasos mostrándose ahora francamente. Es alto y delgado y lo envuelve una larga capa negra. Su fisonomía es la típica de un criollo.

CISNEROS: (Cortante, altivo) ¿Respeto...? Suena extraña hoy esa palabra en sus labios. El Cabildo... El propio Cabildo, señor Síndico, presta oídos a la voz de los facciosos.

SÍNDICO: La situación es grave, señor. Especialmente ahora que España ya no existe.

CISNEROS: ¡¿Quién ha osado decir que España ya no existe?!

SÍNDICO: (Receloso) Vos mismo, señor. La otra noche... en el bando.

El SECRETARIO hace un gesto de molestia. Menea la cabeza y busca el bando por cualquier parte.

CISNEROS: (Comiendo, pero tenso aunque disimula mal) ¡¿Así es que el Cabildo accede graciosamente a un pedido insolente, infame, sumando traición a la traición?!

SÍNDICO: Nadie a accedido a nada, señor. De eso se trata.

CISNEROS: (Reaccionando) ¡¿No...?! ¿Entonces cómo venís a pedirme que conceda Cabildo Abierto? ¿Qué permite que los vecinos se reúnan a deliberar?

SÍNDICO: Vuestro bando, señor, exaltó demasiado los ánimos.

CISNEROS: (Encolerizándose) ¡¿Otra vez mi bando?! (Al SECRETARIO) ¡Encuéntralo! (Nervioso pero disimulando. Come, Luego al SÍNDICO) ¿Desde cuándo van a regir nuestro destino los ánimos inquietos de unos pocos sediciosos?

SECRETARIO: (Acercándose con el bando en papeles arrugados) Aquí está, Excelencia.

CISNEROS: ¡Lee entonces!

SECRETARIO: (Con algo de dificultad por lo arrugado del papel) “La esclavitud impuesta por el tirano francés invasor no llegará nunca a estos vastos continentes...”

CISNEROS: ¡Subraya el “nunca”! (Al SÍNDICO) ¡Eso dije! (Al SECRETARIO) ¡Prosigue!

SECRETARIO: (Continuando) “Sólo la astucia, propia de los reptiles, ha hecho posible que el minúsculo Corso haya llegado con sus tropas hasta las inmediaciones de la isla de León, amenazando apoderarse de Cádiz”

SÍNDICO: Eso es precisamente.

CISNEROS: ¿Qué cosa?

SÍNDICO: (Con firmeza, pero también con cautela) Con la caída de Sevilla y quedando sólo Cádiz y la pequeña isla de León libres de los franceses, sostienen que España ya no existe, Excelencia.

CISNEROS: ¿Que no existe? ¿Eso dicen? ¡Infelices! ¡Nada existiría aquí, ni ellos mismos si no fuera por España! ¿Cómo no les contestaron que no es verdad que España está perdida? ¡Y aunque así fuera... estos pueblos de América pertenecen a España y son España misma en tanto pise en cualquiera de ellos uno solo de sus virreyes!

SÍNDICO: Todo eso se dijo y con tanta o mayor vehemencia que la que acabo de escuchar de vuestra boca. Pero insisten en sostener que vuestro gobierno ha caducado.

CISNEROS: ¿Mi gobierno caducado? ¿Bajo qué excusa?

SÍNDICO: Que quien os confirió el poder está cautivo en Francia.

CISNEROS: ¿Cautivo...? ¿El Rey? Ah, ¡ese es el mezquino asunto! ¡Don Fernando prisionero! Ya veo... Y en sus devaneos estos abogadillos criollos, enfermos de lecturas francesas que ni siquiera pueden leer por sí mismos, afiebran en sus argucias que desconociendo mi autoridad pueden gobernarse.

SÍNDICO: Y no sólo ellos. El pueblo también, señor.

CISNEROS: (Violentado) ¡¿Pueblo?! ¿A quién llama pueblo? ¡Aquí no son más que escoria de miserable villorio! ¡De pequeña aldea olvidada en el confín del mapa, ni siquiera comparable a la más desheredada de toda España!

SÍNDICO: Sea como sea amenazan con convocar a una Asamblea General a espaldas del mismo Cabildo. Y lo que es peor, señor, estoy seguro de que pueden lograrlo.

Violentado, casi histérico, CISNEROS va hasta la puerta y la abre con fuerza.

CISNEROS: (Al vacío, fuera de sí) ¡¿Dónde están los demás?! ¿El Fiscal, el Alcalde, mi edecán, los oficiales? ¿O es que he estado siempre rodeado de traidores? ¡No recibiré una noticia semejante sin estar todos presentes! (Mira al SÍNDICO) ¡Vaya y dígaselos! ¡Quiero que vengan todos! ¡Sáquelos de donde estén!

SÍNDICO: Excelencia... no es necesario. Como Síndico soy la única autoridad legal para expresar la voz de los vecinos.

CISNEROS: ¡No os oiré!

SÍNDICO: Es vuestra obligación hacerlo... como lo sería del mismo Rey. (Más íntimo) Además... no acceder a lo que piden es arriesgarnos a un tumulto.

INÉS: (Desde su lugar, impresionada, santiguándose) ¡Dios mío!

CISNEROS: (Imprevistamente consternado) ¿Tumulto? (Regresa sobre sus pasos hacia el centro de la escena)

SÍNDICO: (Concluyendo la frase) ¿Cómo saberlo? Ya se discute en las calles, en los cafés. Anoche hubo alguna pelea en el teatro y por lo menos dos heridos de cuchillo.

CISNEROS: (casi trastornado por sus recuerdos) ¡No!... Un tumulto sería tremendo. (Se desploma en su sillón. Siempre alucinando) Unos pocos comienzan la grita... otros los siguen sin siquiera saber por qué. La gente se contagia...

SÍNDICO: Pensamos, entonces, que lo mejor era acceder a lo pedido.

CISNEROS: (Siempre en lo suyo) Un tumulto es como una peste... ¡Peor aún! Como un animal herido. Una vez que se desboca nadie puede controlarlo... Ha tomado conciencia de su muerte y ya no hay muerte propia o ajena que lo contenga. ¡Ya lo sé!

SÍNDICO: De esta forma el Cabildo no perderá su autoridad, ni Vuestra Excelencia tampoco.

CISNEROS: (Inmerso en una pesadilla) ¡He visto cosas horribles! (Al SÍNDICO) ¡Hay que evitar un tumulto como sea!

SÍNDICO: Por eso mismo, señor. (Confidencial, estratégico) El Cabildo convocará a lo mejor del vecindario, al más sensato. Se invitará sólo a los españoles puros. Pero no para elegir un nuevo gobierno como pretenden los sediciosos. Cambiaremos los términos de la convocatoria. Se llevará a voto si vuestra Excelencia debe continuar o no.

CISNEROS: (Imprevisto, tomando conciencia) ¡¿Yo?! (Incorporándose con dignidad) ¿Mi autoridad directamente conferida por el Rey, expuesta al voto...? ¿Admitir el ultraje...? ¡Soy el Virrey!

SÍNDICO: Y debe seguir siéndolo. Señor, ellos os dan por destituido y el Cabildo no aceptó ni aceptará tal posición. Si el Cabildo Abierto es ordenado por vos, es que vuestra autoridad está intacta. (Un tiempo. CISNEROS lo mira expectante) Y qué mejor que el mismo vecindario sea quien entonces diga: “¡Queremos al Virrey!” (CISNEROS queda un instante dubitativo. El SÍNDICO saca un pliego) Sólo debéis firmar aquí, señor.

El SÍNDICO le extiende el pliego. CISNEROS toma el pliego y lo observa un instante. Luego vehemente e incluso impotente, incorporándose

CISNEROS: ¡No! ¡Noo! ¡Nooo! (Al SÍNDICO) Si el peligro es una pueblada, hay una sola forma de impedirla. (Al SECRETARIO) ¡Toma nota!

El SECRETARIO asiente y apresurado va al escritorio. Ya en este prepara papel, la tinta y la pluma. Pero lo hace todo con cierta parsimonia, lo que hace que en ningún momento llegue a escribir nada.

CISNEROS: (Continuando y sin esperar la acción del SECRETARIO. poseído) ¡Ordeno que se suspendan todos los francos. Que se redoble la vigilancia... Que se investigue en las casas, en las posadas, en los cafés... Que se interrogue a cada uno de los sirvientes o los esclavos que se encuentren en las calles! ¡Que me traigan el programa de esta noche en la Comedia...! ¡Que venga el censor...! ¡Que se confisquen los libros en francés...! ¡Que se expulsen a los ingleses...! ¡Que se arreste a quien sea y por lo que sea...! (Al SÍNDICO) Y si no es suficiente, recurriré a las armas.

SÍNDICO: ¿Qué armas?

CISNEROS: Las del Regimiento de Patricios.

SÍNDICO: Excelencia, entre los facciosos también hay un oficial...

CISNEROS: ¡No importa si hay diez, veinte o cien oficiales juntos! ¡Uno solo es el que cuenta! Dígale al coronel que aquí lo espero. No haré nada sin antes hablar con él. Quiero que me diga cara a cara, él, mi amigo, que los Patricios no van a apoyarme. (Firme, altivo) Es mi decisión. Hasta tanto no accederé a nada de lo que me pidan. (Arroja el pliego que le diera el SÍNDICO sobre la mesa)

El SÍNDICO queda un instante mirándolo. Luego, asiente a pesar de él y sale del ámbito. Al cerrarse la puerta, CISNEROS se toma la cabeza con ambas manos como si le fuera a estallar. INÉS lo mira atribulada.

CISNEROS: (Desolado, sosteniendo sus manos en la cabeza) ¿Qué he hecho mal...? ¡El bando...! ¡Dicen que fue el bando...! (Al SECRETARIO) Quiero que me leas otra vez el bando... palabra por palabra. (Se sienta) Acércame el brasero... tengo frío. (INÉS lo hace) ¡No tanto! Cerca de los pies. Me ahoga el humo pestilente del carbón. (Al SECRETARIO que permanece impertérrito) ¡Lee...! (El SECRETARIO no se mueve) ¡No escucho! ¡Cambia de lado! ¡Te empecinas siempre en susurrarme cosas por mi oreja muerta!

INÉS: (Al SECRETARIO) Déjenos solos.

El SECRETARIO hace mutis. Al cerrar la puerta, CISNEROS se abraza a INÉS.
Apagón.


Escena 4
Horas de la tarde del mismo día. Igual ámbito. CISNEROS viste con la ropa del cuadro anterior, sólo que ahora lleva sobre sus hombros la capa del cuadro inicial. Entre sus manos un catalejo. Al iniciarse la acción entra, embozado en capa negra, un oficial de Patricios. Bajo la capa, que no se sacará nunca, se intuye más que verse, el consabido uniforme de ese regimiento. Sin embargo su actitud no es la de un militar clásico. No olvidemos que por ese entonces los oficiales de ese cuerpo eran civiles. Sobre la mesa, la misma en que antes se sirviera la comida, se ve un mazo de cartas y otras desplegadas como en un juego de tresillo interrumpido.
El VIRREY, con complicidad, lo hace pasar, cerrando él mismo la puerta. Su tono es nervioso, íntimo y confidencial.
CISNEROS: (Sobre acción y en tono bajo) Día aciago, amigo mío. Venga... siéntese... siéntese usted. (Lo obliga, nervioso recoge las cartas) He tratado de disiparme inútilmente. Los naipes ayudan a la distracción y la distracción serena el ánimo, pero no he tenido el espíritu lo suficientemente sereno para distraerme. (Va hacia el escritorio donde quedó el pliego entregado por el SÍNDICO) Quieren destituirme. Ya lo sabrá. Esos abogadillos de ideas afrancesadas que sólo saben hacer revoluciones en los cafés pretenden aprovecharme de las infaustas noticias. (Se acerca a la mesa con el pliego) Y no solo ellos. Están también los otros. Los que se amparan bajo los velámenes de los buques ingleses, como ese Vieytez, el de la jabonería... y su amigo... el de bigotes... bueno, no importa, pero que piensan sólo en la mercadería que negocian. (Coloca el pliego sobre la mesa) Este es el pliego que pretenden que firme, llamando a Cabildo Abierto.

CORNELIO: (Reticente, cauto, casi para sí mismo) En medio de estas penurias... sin una nave española que llegue a puerto, el comercio con Inglaterra es una necesidad.

CISNEROS: Excusas. Pretextos. Disimulos, amigo mío. Cuentos para imbéciles... como el de esos que pretenden convertir a Carlota en reina, por el sólo hecho de ser hermana de Fernando, cuando en realidad lo que es, es esposa del Rey Juan, y ya se sabe que Portugal no es más que la máscara de la codicia inglesa. (Se sienta) Si los viera sobre el escenario de la Comedia me reiría con ganas. Son bufones antes que traidores, pero no es el caso. (Confidencial) Ya hay en la rada veinticuatro barcos ingleses... los acabo de contar. (Va hacia el ventanal que da al río) ¡Ahí están! Hace dos días había tan sólo uno. El que no vea será porque no quiere ver. (Observa un instante con el catalejo) ¡Veinticuatro...! (Regresando) ¿Qué? ¿Aliada Inglaterra de España? ¡Nadie puede sostener ese cuento! Napoleón devasta España con la excusa de invadir Inglaterra. Inglaterra invade América con la excusa de proteger a España de los franceses. Piense conmigo. Bajo la apariencia de la guerra, ambos son socios en nuestro fin. Y aquí le tienden la mesa. ¿O acaso sostendrán que las naves vienen a buscar a los ingleses que he expulsado? ¿Veinticuatro naves para poco más de cien que habitan en la ciudad? (Regresa de la ventana y vuelve a observar con el catalejo) ¡No...! Vienen en defensa de sus intereses, bajo la idea de libertad. ¿Cuál libertad? La del comercio... y la del millón de libras esterlinas que guardan aquí. En tanto les hacen creer a los criollos que los emanciparán... ¡Sí! ¡Bien emancipados estarán con ideas francesas y negocios ingleses! (Se sienta ante él) A los ingleses ya los conoce bien. Y ellos a usted. Nada harán mientras usted mantenga firme las armas. Para bien o para mal, no deben haber olvidado su nombre. Que un mi8litar improvisado les haya frustrado dos veces a las invasiones...
(Se ríe. Más confidencial, inclinando su cuerpo sobre la mesa) En cuanto a los otros... no es difícil desbaratarlos. Basta con que usted y su regimiento sostengan que ahora sólo cabe conservar intacto el sagrado depósito de la soberanía de España en esta América, para acabar con esta maliciosa idea de pedir Cabildo Abierto.

CORNELIO: (Bajo, tangencial) España está en quiebra y diezmada, vencida y sin Rey.

CISNEROS: (Entusiasmado, incorporándose) ¡Pero aún nos quedan Cádiz y la Isla de León! Este es el punto en que debemos hacernos fuerte, amigo mío. ¿Comprende? Cuando la malicia refina sus artificios, se muestra como un reptil mortal para los pueblos incautos y sencillos como este. (Vehemente) ¡Con sus armas en defensa de España preservaremos a todos de las discordias! (Lo mira, le sonríe. Le palmea el hombro) Y nos preservaremos nosotros también.

CORNELIO: España está en mi corazón, pero mi corazón ya no está con España, señor. (Se incorpora, decidido, pero con pesar) Ahora sólo cuenta para mi América. Si no es justo que este territorio inmenso y sus millones de habitantes terminen poniéndose de rodillas ante Napoleón, tampoco lo es que lo hagamos ante los comerciantes de Cádiz o ante los pobres pescadores de la isla de León. Nadie en su juicio podría hacerse cómplice de semejante indignidad.

CISNEROS: (Natural) ¡Son españoles puros!

CORNELIO: Y nosotros no somos indios, ni estos tiempos son los de la conquista.

CISNEROS: ¡Aún estoy yo!

CORNELIO: El Virrey del Rey cautivo de la España desgraciada, no es ahora nadie ni nada. (Intentando ser amistoso, sincero) Le aseguro que no nos anima el menor odio contra España... ni contra usted. Ni a mí, ni a ningún criollo, sea Patricio, se llame Vieytez o Moreno. Hablo de ellos, porque mantienen conmigo ciertas diferencias. De lo contrario no habría venido a decirle personalmente lo que creo (Angustiándose) Nadie aquí tiene los pensamientos ordenados... ni nada ha sido previsto con más antelación que lo que cada día nos trae. Sólo la circunstancias nos empujan a esto. Hemos quedado a la deriva y debemos tomar decisiones apresuradas y no deseadas. La emancipación para todos nosotros era una verdad sí, pero aún demasiado verde y por eso mismo oculta y lejana. Ahora las brevas han madurado al calor de una guerra que no es la nuestra. De sucesos jamás pensados. Tener sueños no es lo mismo que tener planes. Sólo por eso... (Lo mira) hemos resuelto ahora asumir todos nuestros derechos y conservarnos por nosotros mismos, no como europeos, sino como americanos.

CISNEROS: (Por primera vez advertido) ¿Nosotros? ¡Por Dios!... ¿Está usted con ellos...? ¿Con esos falsos sabelotodos que...?

CORNELIO: (Interrumpiéndolo) Estoy con mi conciencia... Me tienen sin cuidado esos doctores presumidos de sabios que no salen de los cafés y que sólo hablan de revoluciones sobre las carpetas.

CISNEROS: Pero usted les dará armas.

CORNELIO: Las armas hablarán si es necesario. Y si lo hacen, lo harán sólo por mis compañeros y por mí.

CISNEROS: Y ellos los cabalgarán. ¡Infeliz! ¡Y habla de indignidad...! ¡Yo mismo le confié las armas que ahora esgrime...! ¡Puse en sus manos mi confianza y el orden...! Ahora mismo me he sincerado con usted... y usted... dejó que mi boca hablara... que... que le abriera mi corazón... sumando traición a la traición.

CORNELIO: (En reacción) ¡Le he hablado de la misma forma! Y hasta he dicho más de lo conveniente para quien forma parte de una revolución y está ante su enemigo.

CISNEROS: (Impotente) ¡Mestizo!

CORNELIO: ¡Criollo!

CISNEROS: ¡Da igual!

CORNELIO: Sí. Y ese es mi orgullo. Sépalo y que no le queden dudas. Con su autorización o sin ella, convocaremos a Cabildo Abierto.

El coronel inicia medio mutis.

CISNEROS: (Ahogado) ¡Coronel! (Este se detiene) Me llaman “el Sordo”. Dicen que tengo una oreja muerta. Pero si usted se acercara y pegara su oído a ella, advertiría que como en un caracol, aún retumba en su interior el golpe que acabó con mi buque en Trafalgar. No es que no escuche. Es que desde entonces sólo puedo oír ese terrible estruendo. Y cuando me concentro en ello, se corporiza nuevamente mi buque insignia cruzándose al de Nelson. Vuelvo a ser partido en dos. Siento otra vez la madera despedazarse y el mar arrastrarlo todo. Fui hundido, sí. Pero posibilité el voraz disparo que alcanzó al Almirante. Tuve tiempo de verlo caer... Vi su sangre correr por la cubierta... Casi podría decir que percibí su último aliento. Y lo creí muerto, pero no lo estaba. (Señalando el ventanal) ¡Mire...! ¡Ahí tiene su bandera! Espectro o fantasma Nelson ha llegado hasta aquí... y ahora es nuestro buque en que el viejo Almirante se presta a hundir. No oirá su artillería. Ni verá fuego en la boca de sus cañones. Sólo le bastará afilar el ariete de la discordia e hincarlo entre ustedes para abrir la brecha del naufragio. Después... nadie le arrebatará el botín. Sépalo usted y que no le queden dudas: mi soledad... también será la suya.

Luego de un instante, e impactado, CORNELIO abandona el lugar dejando la puerta abierta. CISNEROS queda un instante vacilante.

CISNEROS: (Bajo, contenido, casi para él) El pueblo no me quiere... las armas no me apoyan... ¡Sea!

Violentado, toma la campanilla y la hace tañir con fuerza. Sin detenerse, toma el pliego y va con este hasta el escritorio y lo firma. En el vano aparece el SECRETARIO.

CORNELIO: Muévete. Llevarás esto al Síndico en mano. Le dirás que proceda según lo que hablamos. Y que cuide que sólo sean invitados aquellos vecinos que estén de nuestro lado.

Le entrega el pliego ya firmado. El SECRETARIO hace un gesto de desgano y comienza a salir con parsimonia.

CORNELIO: (Impulsivo, sentándose ante el escritorio y comenzando a escribir) Yo, en tanto... haré mi parte: notificaré a los pueblos del interior; daré cuentas de la traición de Buenos Aires...; apelaré a los demás Virreyes... ¡Provocaré tal incendio que el Infierno mismo no será más que un mal sueño!

En tanto CISNEROS firma, el SECRETARIO que ha llegado al vano de la puerta, lo mira, menea la cabeza en duda y sale definitivamente.
Apagón


Escena 5
Noche del día siguiente. Sólo se ven encendidas varias bujías y algún candelabro, lo que crea un juego de luz y sombra en todo el escenario. Al iniciarse la acción, CISNEROS ante el ventanal que da a la plaza (recova) observa hacia la platea con su catalejo. Casi junto a él, pero unos pocos pasos atrás, el SECRETARIO.

CISNEROS: (Luego de un instante y sin dejar de observar) Nada se ve... ni nada se oye. (Alterándose) ¿Qué hacen...? ¿Por qué están mudos...? ¡¿Qué terrible monstruo están engendrando?!

El SECRETARIO toma el catalejo y sin desplegarlo va a la ventana, comenzando a observar.

CISNEROS: (Caminando sin cesar por el ámbito) Dime todo cuanto veas... ¡y hasta lo que no creas ver! ¡Nunca se sabe...! Todo aquí no es más que apariencia. El inicio es confuso y el final siempre quimérico... pero al menos deberíamos hacer que fuese claro. (Sin acercarse) ¿Qué ves?

SECRETARIO: (Inventando) La plaza, Vuestra excelencia. Y el Cabildo.

CISNEROS: ¡Más fuerte!

SECRETARIO: (Alzando la voz) La plaza, Vuestra excelencia. Y el Cabildo.

CISNEROS: ¡Mientes! Apenas la pared de la recova, que como una venda, ciega mi poder para que lo ignore todo. Hazme acordar que mañana mande derribarla. ¿Qué más?

SECRETARIO: (Siempre inventando) Tropas... y gente pugnando por pasar... y otras más frente al Ayuntamiento... (Mirando, se encoge de hombros) También lavanderas y vendedores de mercancías y dulces.

CISNEROS: ¡Náufragos! (Deteniéndose) Hoy he caminado bajo este techo los trescientos años que España lleva en América. Y aquí estoy... a mitad de camino. Dime. ¡No te vuelvas! ¡Contesta! ¿Hay algún insecto, reptil o ave que al nacer devore a su madre? ¿Has dicho algo? (Tomándose la cabeza) ¡Este silencio me aturde de voces! Debería saltar la recova, cruzar la plaza y averiguar por mí mismo qué ocurre.

SECRETARIO: (Bajando el catalejo, alarmado) No sería propio de un Virrey ni de su investidura.

CISNEROS: ¡Quién puede saber aquí lo que es propio o impropio! El mundo se inaugura cada vez que un gesto impensado lo sorprende. Un ademán involuntario, no otra cosa, hizo al Génesis.

SECRETARIO: Además están los guardias, señor.

CISNEROS: (Estallando) ¡No son ellos los que me detienen! ¡Mi propio extravío es mi atadura! (Se acerca a la ventana) Si yo fuese YO, dejarían caer sus armas a mi paso. ¡Con mi sola presencia las voces se acallarían en la plaza, y los pensamientos de los sediciosos enmudecerían en el recinto! ¡Hazte a un lado! (Mira a través de la ventana) El poder es una lente de infinitos cristales y yo sólo debí haber mirado por todos. Pero intenté ser generoso. ¡Piadoso...! Y en lugar de la fuerza, la intriga y la violencia, abrí mi mano y el cristal rodó de ella y se hizo trizas en esta realidad confusa. Ahora cada uno hurtó el añico y con el mísero átomo de vidrio en la mano intenta mirar por sí mismo.

SECRETARIO: El catalejo, Excelencia.

CISNEROS: ¡No lo necesito! Debí borrar la palabra “pueblo” y sustituirla por mi nombre.

Abruptamente se abre en el piso una trampa y aparece por ella la cabeza con galera de un empleado. Se lo ve algo sucio, agitado y trae una pequeña bujía encendida. Puede ser también un cabo de vela. En su otra mano sostiene un pañuelo. En la solapa prendida, una pequeña cinta blanca.

CISNEROS: ¡Al fin...! (Al SECRETARIO) ¡Ayúdalo!

EMPLEADO: ¡Ayy, señor...! ¡Ayy!

El SECRETARIO ayuda a salir al empleado.

CISNEROS: (Urgido) ¡Vamos, empieza a hablar!

EMPLEADO: (Aún saliendo) No ha sido fácil, Excelencia... Este túnel es oscuro, y no sabe usted los olores que...

CISNEROS: ¡No me interesa!

EMPLEADO: Y luego allí en la calle... Apenas se saca la cabeza de este pasadizo secreto... en la misma iglesia de Santo Domingo, todo es confusión. En la Plaza de la Victoria es peor. Está llena de embozados. Llevan capas largas. Muestran puñales y trabucos... que esconden bajo las ropas...

CISNEROS: ¡Armados! ¿Cuántos son?

EMPLEADO: ¿Cuántos? Ah, no sé. No se me ocurrió...

CISNEROS: (Exasperado) ¡¿Uno... diez... Mil?!

EMPLEADO: ¡Quién sabe! Sí sé que responden al nombre de la Legión Infernal

CISNEROS: Legión Infernal... Amenazador nombre.

EMPLEADO: Según oí, parece que los manda un tal Berutti.

CISNEROS: (Imperativo, al SECRETARIO) ¿Quién es Berutti?

SECRETARIO: (Mecánico, recitativo) Berutti, Antonio Luis, funcionario público, Excelencia. Oficial de las Cajas. Hijo de padres españoles, doctorado en la Universidad de Salamanca, amigo personal de un tal French...

CISNEROS: (Exasperado) ¡Ya está bien! (Señalando la solapa del EMPLEADO) ¿Qué es lo que llevas ahí?

EMPLEADO: Ah...nada. Una cinta. (CISNEROS le arranca el distintivo) Ellos las reparten. Bah, más que repartir...

CISNEROS: (Observándolo con detenimiento) ¿Y te la has puesto?

EMPLEADO: (Defensivo) Sólo para cruzar la plaza, excelencia. Nada más. De otra forma no hubiera podido. Aunque no se tenga invitación, basta la cinta para entrar al Cabildo. Mas, señor, aunque se tenga invitación, si no se lleva la cinta...

CISNEROS: No sirvió nuestra argucia, entonces. Por eso la agitación y... (Abrupto, al EMPLEADO) ¿Qué significa esta cinta blanca?

EMPLEADO: (Colocándose otra que saca del bolsillo) Bien no lo sé... algo así como la unidad criollo-española.

CISNEROS: ¿Unidad...? ¿Los sediciosos hablan de unidad?

Tira la que tenía en la mano y vuelve a arrancársela. El SECRETARIO recoge rápido la que estaba en el suelo y la guarda a su vez en el bolsillo.

EMPLEADO: Tampoco yo lo entiendo, pero es así. También llevan el retrato de don Fernando VII en el cintillo de sus sombreros. Y algunos agregan ramas de olivo.

Vuelve a colocarse otra cinta.

CISNEROS: (Perplejo) ¿El retrato del Rey?

Tira nuevamente la cinta que el SECRETARIO recoge y guarda.

EMPLEADO: Suena extraño, Excelencia... pero es así. Todo se hace en nombre del Rey: tanto quienes os defienden como quienes os sentencian.

CISNEROS: ¡Vil patraña!

EMPLEADO: El Obispo Lué lo hizo

CISNEROS: ¿El Obispo...? ¿Qué dijo?

EMPLEADO: ¡Uuhhh! Muchas... muchas cosas...

CISNEROS: Sí... suele confundir el Ayuntamiento con el púlpito. ¡Resume! ¡Para eso te mandé!

EMPLEADO: (Desconcertado) No sé... bien no se oía. Estaba lejos... Pero si no me confundo: (Con ridícula altivez) “¡Sólo cuando no quede un español en la Península o en América... los hijos del país podrán gobernarse!” (Reprime una risa que culmina en tos)

CISNEROS: ¡Bien hecho! ¿Qué dijeron los revoltosos?

EMPLEADO: No pocas cosas. Pero todo en medio de gritos.

CISNEROS le arranca de nuevo la cinta.

CISNEROS: ¡Vuelve al Cabildo! ¡Abre bien tus orejas y tráeme noticias nuevas!

EMPLEADO: ¿Al Cabildo...? ¿Otra vez?

CISNEROS: ¡Es lo que te ordeno!

Tira la cinta que recoge el SECRETARIO.

EMPLEADO: Su señoría no tiene ya autoridad para mandarnos. (CISNEROS gira sorprendido. Arrepintiéndose) Lo dicen los patriotas, Excelencia, no yo. Es lo que me faltaba relatarle. Lo oí en boca del doctor Castelli. Regresaré... regresaré, señor, pero sólo al Cabildo. La cinta, por favor.

CISNEROS: ¡No la necesitas!

EMPLEADO: ¡Debo cruzar la plaza!

CISNEROS: ¡Crúzala con honra!

EMPLEADO: Sólo soy un empleado.

CISNEROS: ¡Con más razón! Por doble motivo sos súbdito de España. ¿O acaso estás con el alzamiento?

Niega nerviosamente con la cabeza.

CISNEROS: ¡Entonces muéstrate como piensas! Perverso culto hacen aquí del disfraz. Se enredan en el artificio para sólo engañarse a sí mismos. Y así se vestirán de indios, para no ser indios ni españoles. Así aprenderán francés para ser parisinos de la noche a la mañana. Y se dirán ingleses para favorecer el libre comercio. Cuando pregunten por ustedes mismos, nadie contestará. ¡Haz lo que te encomiendo!

El EMPLEADO va a la boca del túnel ayudado por el SECRETARIO, quien le pone en la solapa una de las cintas. A tiempo entra INÉS, angustiada, con algo entre las manos que cubre con una mantilla. El EMPLEADO desaparece mientras el SECRETARIO sostiene la tapa.

INÉS: (Al SECRETARIO) Déjenos solos.

El SECRETARIO amaga con irse también por el túnel.

CISNEROS: (Advertido, al SECRETARIO) ¿Qué haces?

SECRETARIO: Es la costumbre de acompañar, Excelencia.

El SECRETARIO cierra la tapa, le hace una reverencia y sale mutis por la puerta habitual. Quedan solos INÉS y CISNEROS. Este comienza a apagar todo.

INÉS: (Angustiada) ¡Mira!

INÉS le muestra un puñal. CISNEROS intrigado se acerca y lo toma apreciando su filo.

CISNEROS: ¿Un puñal?

INÉS: Te lo ha mandado don Benito.

CISNEROS: ¿Villanueva?

INÉS: Rivadavia.

CISNEROS: Extraño presente para un día como hoy...

INÉS: (Alterándose) ¡No es un presente! Lo dejaron clavado esta mañana en la puerta de su casa con esta esquela. (Se la da)

Él la toma, se acerca a una de las luces que han quedado encendidas y la lee.

INÉS: (Baja. Honda) Preanuncia tu funeral.

CISNEROS: ¿Mi funeral? (Luego de una pausa y sin mirarla) Quizá ya se haya consumado.

CISNEROS quema la esquela en una de las velas cercanas.

INÉS: ¡Quemándola no evitarás nada! (Acusiándolo) Si no hay naves que nos regresen a España, sí puede haber un carruaje o caballos que nos lleven al Potosí, a Lima... a la misma Córdoba... ¡o a donde sea! (Desesperándose) ¡No quiero morir aquí! ¡No lo merezco!

CISNEROS: Enciérrate en la capilla entonces y reza por mí.

INÉS: (Altiva, digna) ¡No! Pídeme que lo haga por tus enemigos...

CISNEROS comienza a apagar todas y cada una de las velas encendidas.

INÉS: (Siguiéndolo a distancia) Quiero hacerlo por sus esposas, por sus hijos que quedarán ahogados en lágri-mas cuando acabes con todos y cada uno de ellos. ¡Eso es lo que tienes que pedirme! Sólo basta con que te animes y requieras armas, ejércitos a quienes pueden dártelos. (Imprevistamente advertida) ¿Qué haces?

CISNEROS: (Imperativo, ahogando la voz) ¡Apaga esa vela!

INÉS amedrentada, extrañada, mira la que tiene más próxima y lo hace.

INÉS: ¿A qué esta oscuridad?

CISNEROS: Ni una sola llama... ¡Ni un gusano de luz! La pesadilla debe concluir entre las mismas sombras que la engendran. ¿No entiendes? ¡Nada ha de interrumpir la alucinación! Para que los sueños no nos rocen, deben desvanecerse como sueños. Si se trasgrede la pesadilla, el hechizo, la irrealidad y los espectros cobrarán forma.

INÉS: ¡Estás delirando!

CISNEROS: (Advertido) ¿Oyes? (Rápido va hacia el ventanal que da a la plaza) ¡La plaza ha comenzado a moverse! (Queda un instante expectante) La larva crece, se agita, aletea… y su sombra pesa sobre mí. (Mirándola) ¿No la oyes? (INÉS queda inmóvil mirándolo fijamente) ¡No…! No lo oyes… Y es curioso… siendo que “el sordo” soy yo.

Se abre la puerta y entra por ella el SECRETARIO.

SECRETARIO: Excelencia… el señor Síndico está aquí.

CISNEROS: (A INÉS) ¿No os lo dije? (Al SECRETARIO) ¡Que pase!

El SECRETARIO flanquea la puerta y entra el SÍNDICO envuelto en una capa negra. Al entrar se descubre. Trae sus pies embarrados. La respiración agitada.

CISNEROS: (Altivo, pero temeroso) ¿Viene en busca de mi cabeza?

SÍNDICO: ¿De su cabeza…? No. Mucho menos que eso, Excelencia. En verdad, señor, no pudimos evitar la entrada de los sediciosos en la sesión. Ocuparon la plaza, se presentaron en bandas armadas…, impidieron que los vecinos respetables pasaran y se apropiaron del recinto (Imprevistamente defensivo) Claro está, pese a todos nuestros esfuerzos. (Respirando hondo) Ha sido una jornada agobiante… y nuestro ardid un fracaso.

CISNEROS: (Hondo, sombrío) Ya lo sé.

SÍNDICO: Y, como usted deducirá fácilmente,… la votación no nos fue favorable. Por lo que… su Señoría… acaba de ser destituido…

INÉS: ¡Dios!

CISNEROS: (Trastrabillante, se sienta casi desplomándose) ¡Destituido! ¡¿Y así me lo dicen…?!

SÍNDICO: Por eso ahora sólo deberá entregarme el bastón de mando.

CISNEROS: ¿El mando…? ¿A usted?

INÉS: ¡No lo hagas!

SÍNDICO: No… a mí no, sino al Cabildo, a quien represento. (Confidencial, íntimo) Señor… ¡lo juro! es mera formalidad.

CISNEROS: ¿Formalidad? Sí… es posible que todo no haya sido más que formalidad. ¿Tuve ese bastón alguna vez? No lo recuerdo. Quizá sí. Necesitaría saberlo. (Al SECRETARIO) ¡Búscalo!

El SECRETARIO obedece, molesto, refunfuñando. Busca por todas partes, como algo doméstico perdido. Para hacerlo vuelve a encender algunas luces que fueran apagadas.

SÍNDICO: (Con nuevas fuerzas hacia él) Señor, la instancia es crítica, pero no desesperada. Los sediciosos han exigido que al cesar vuestra autoridad, se forme una Junta de Gobierno. ¿Y a quién corresponde esa responsabilidad? ¡Al propio Cabildo! ¿Comprende?

CISNEROS: No.

SÍNDICO: (Sonriendo, cómplice) Señor… si el Cabildo es quien debe formar la Junta… y el Cabildo continúa siendo fiel a Vuestra Excelencia ¿qué otra cosa podría decidir el Cabildo sino que esa Junta sea precisamente presidida por vos mismo?

CISNEROS: (Sorprendido, alza la cabeza) ¿Yo…?

SÍNDICO: (Entregándole un papel) Y eso hemos acordado, dispuesto y firmado. Aquí están los nombres que la integrarán, con vos a la cabeza.

CISNEROS: (Incorporándose, acercándose a la luz. La lee fugazmente) Todos estos son sediciosos.

Deja el papel, ofuscado, sobre la mesa. INÉS lo recoge y lo lee.

SÍNDICO: Sólo dos, señor. ¡Nada!... para lo mucho que está en juego. Y, salvo el doctor Castelli, los demás, incluyendo al coronel de los Patricios, son gente moderada… y todos aceptaron vuestra presencia.

CISNEROS: ¿Aceptaron? (En reacción) ¡Yo no los acepto! Si lo hiciera ¿cuál sería mi mérito? Ante cualquier decisión estaría siempre minoría.

SÍNDICO: Sólo en apariencia.

CISNEROS: Apariencias… Siempre juegan con la verosímil y se quedan apenas con lo probable.

SÍNDICO: Señor, si tal cosa sucediera, no les serviría de nada. Las disposiciones de la Junta deben ser aprobadas por el Cabildo, que es y será fiel a Vuestra Excelencia. (Algo más confidencial) Lo que aparece como un triunfo de los sediciosos en realidad no lo es. Con otro nombre, pero si el gobierno queda en vuestras manos.

INÉS: ¡No lo escuches! ¡Se trata de que sigas siendo el Virrey!

SÍNDICO: Señor… ¡qué importan en este mundo turbulento los títulos! Y aunque esa Junta sea provisoria, igual nos da tiempo para terminar con los planes de los sediciosos, amén de ellos, por supuesto.

CISNEROS: ¿La Junta será provisoria?

INÉS: ¡Claro… por eso es que te permiten presidirla!

CISNEROS: ¡No comprendo nada!

SÍNDICO: Cuando la Asamblea de vecinos en el Cabildo Abierto decidió destituiros dijimos, entonces, que Buenos Aires no podía arrogarse por sí sola la voz de todas las provincias que componen el Virreynato. Mudos quedaron ante este argumento. Viéndose acorralados por la lógica exacta de tal razonamiento, no tuvieron otra alternativa que aceptar que la Junta que os reemplaza fuera tan solo provisoria, hasta tanto se reúnan aquí todos los representantes del interior-

CISNEROS: (Al SÍNDICO, confundido) Hábleme más cerca de este oído.

INÉS: Y cuando se reúnan esos representantes ¿qué sucederá entonces?

CISNEROS: Eso… ¿qué sucederá?

SÍNDICO: (Acercándose a él e ignorando a INÉS) ¿Cree su Excelencia que los pueblos del interior acatarán por que sí lo que acá decidan…? ¡No! Y ellos lo saben.

CISNEROS: ¿Ellos quiénes?

SÍNDICO: ¿Cómo quiénes?

INÉS: (Contrariada, acercándose) ¿Cómo aceptaron entonces los sediciosos esa Junta y presidida además por mi esposo?

SÍNDICO: (Siempre ignorándola) No todos los sediciosos. Este es el punto.

CISNEROS: (Más confundido) No todos los sediciosos, ¿qué…?

SÍNDICO: La situación ha creado disputas entre ellos. Intrigas… que ya los muestra enconados y divididos… irreconciliables. Están los que pretenden declarar la independencia de España a toda costa. Sin escrúpulos y a espaldas de los pueblos del interior, como el doctor Moreno.

CISNEROS: (Lo repite como quien acaba de pescar un dato claro en medio de un galimatías) ¡Moreno!

SECRETARIO: (Mecánico, veloz y sin abandonar lo que está haciendo) Hijo de un modesto empleado español… abogado de algunas empresas extranjeras. Su excelencia le ofreció hace poco un cargo de oidor en la península… que él no…

CISNEROS: (Al SECRETARIO fuerte) ¡Ya sé quién es! ¡Hice una afirmación no una pregunta!

El SECRETARIO mira a CISNEROS luego se encoge de hombros y prosigue la búsqueda.

SÍNDICO: Esta facción se opone a que las Provincias se reúnan, opinen. Intuyen, saben que se opondrán a sus planes. Piensan ampararse en las armas inglesas, aprovechando que Inglaterra aparece ahora como aliada de España en la guerra contra Napoleón. Y no les importa siquiera la extorsión que seguramente los británicos les impondrán a cambio de esa protección.

INÉS: ¿Cuál extorsión?

SÍNDICO: Y no son deducciones mías… Así lo expresan y sin recato. Para lo cual, no sólo deben arrasar con vuestro nombre, señor… sino con todos los pueblos del interior.

CISNEROS: (Impresionado) ¿Desatarán una guerra?

SÍNDICO: (En respuesta a INÉS, pero siempre a CISNEROS) Pretenden aniquilarlos ya que Inglaterra les exige a cambio de ese apoyo, vender sus mercaderías por todo el territorio del virreynato. Pero las provincias ya aprendieron que un poncho inglés resulta siempre más barato que uno cordobés o santiagueño y que si permiten el libre comercio una multitud de hombres y mujeres quedarán sin industria y desheredados de todo. La guerra será inevitable. Y a esto a esto es que se oponen los otros.

CISNEROS: (Confuso) ¿Qué otros?

SÍNDICO: (Siempre a él e ignorando a ella) Los que también quieren la independencia, pero digamos que son más cautos, menos afiebrados. No tienen buenos ojos para esta alianza con Inglaterra y pretenden que la decisión sea de todos los pueblos, no sólo de Buenos Aires. Entre ellos, el Coronel de Patricios. Y si aceptan vuestra presidencia es porque temen que de no ser así los ejércitos del Alto Perú acudan a vuestra ayuda.

INÉS: De todas maneras lo harán, de eso estén seguros.

SÍNDICO: ¡Pero no deben siquiera sospecharlo!

CISNEROS: ¡Bien pensado! (Pequeña risita)

SÍNDICO: El tiempo es nuestro aliado, señor. Si somos astutos… Si Vuestra Excelencia lo es… veremos a unos y a otros colgados en la plaza de la Victoria.

CISNEROS: ¿Seré nuevamente el Virrey?

INÉS: (Incisiva) Sí, en tanto no dejes de serlo.

SECRETARIO: (Que lo ha encontrado, acercándose) El bastón, Excelencia.

CISNEROS: ¿El bastón? Ah, sí. (Toma el bastón)

INÉS: (Desesperándose, a él) ¡Por Dios! ¡No puedes presidir esa Junta!

SÍNDICO: (Bajo, íntimo) No es bueno, Excelencia, que las mujeres intervengan en cuestiones políticas.

INÉS: (Continuando) ¿Qué ayuda podrá pedir el Virrey si él mismo acepta que el virreinato ha terminado?

SÍNDICO: (Acuciándolo) El poder no debe cambiar de mano, Excelencia. Son tiempos confusos. Todo se derrumba. Nadie puede augurar lo que sucederá mañana. De no aceptar, la sedición se sabrá triunfante y basta que si ellos lo crean para que lo crean todos. ¿Y si en Cadiz gobierna una Junta, por qué no aquí, en esta América, cuando sois vos mismo quien nos guiará y guardará?

CISNEROS: ¿Qué trato recibiré al presidir la Junta?

SÍNDICO: El mismo que del Virrey. Igual honor, tratamientos y prerrogativas.

INÉS: ¡Bien poco!

CISNEROS: (Seco, casi violento) ¡Cállate!

INÉS: ¡Entonces tendré que rezar por ti! (Violentada, se retira)

CISNEROS: (Dándoselo) Mi bastón, señor Leiva.

SÍNDICO: Gracias, Excelencia. Me complace en ser el primero en saludar al Presidente de la nueva Junta de Gobierno.

CISNEROS: Creo que esta noche podré dormir.

SÍNDICO: Creo que todos podremos hacerlo. (Hace un saludo e inicia mutis)

CISNEROS: Ah… señor Leiva. Sólo una pequeña inquietud… (Leiva se detiene) ¿Podrá hacer usted que mi sueldo sea el mismo?

Apagón


Escena 6
Sólo ha quedado en un candelabro una vela encendida. Todo el ámbito está recogido en penumbra. Al iniciarse la acción, instantes antes del amanecer, CISNEROS recibe de la joven mulata un tazón humeante que acaba de traerle.
CISNEROS: Chocolate… (Bebe un sorbo, disfrutándolo) Lo necesitaba. (Bebe un nuevo sorbo) El frío me ha entumecido sin darme cuenta. (Sonríe meneando la cabeza) Debe ser porque me he pasado la noche entregado a tibios cabildeos. Fíjate si tu ama está durmiendo… o no, déjala. Estará llena de reproches. (Con él mismo) Inés requiere de mí mayor dignidad. Le rebela que abandone mi ropaje de virrey. (Por el brasero) Aviva la brasa.

La mulata comienza a hacerlo. CISNEROS va hacia la única puerta y la abre, entornándola. Escucha un instante. El silencio es total.

No…, no duerme. Cavila. No comprende que debo aceptar ser destituido, ya que el rey está cautivo. Que debo ceder a presidir una Junta de criollos, a fin de resguardar el poder en estas tierras. (Cierra con cuidado) Deberes de desgano que me impone la desgraciada circunstancia. (Va hacia la ventana que da al río) Ya está por amanecer… ¿Llueve? (Un tiempo) Sí, llueve. (Regresando, siempre tomando del tazón) Pero ¿es verdad que es a desgano? ¿Qué se me impone? ¿Puedo decir sinceramente que es la realidad de una España arrinconada, moribunda, la que me obliga? O me detiene esta sucesión de amaneceres siempre iguales, monótonos y, al mismo tiempo, imprescindibles. (Se agacha ante el brasero) Nadie podría reprocharme nada. Pero quizá esta duda es lo que Inés haya advertido en mí y, con razón, la ha violentado. (Bebe un nuevo sorbo) También yo me lo he preguntado durante toda esta larga noche. (Arroja el tazón ya sin contenido) Aún existiendo España, aún llamándome el mismo Rey, de haber guardado un sitio, dando por concluida mi tarea… Ordenándome incluso regresar… ¿me iría? No se puede suponer lo que no es, pero puede sospecharse. ¿Cómo irme? Extraño influjo. Todo aquí es despreciable, pequeño, ruinoso y sin embargo… (Tocándole el rostro con la punta de su dedo índice. La muchacha levemente aparta el rostro) No me temas, aunque yo también te temo. (Se incorpora) ¿Fue sólo el oro el que enloqueció a los conquistadores? Si pensaron en llevárselo todo… ¿cómo es posible que en el mismo andar con que devastaban, levantaran cabildos, universidades, iglesias? ¿Cabría en la mente de alguien tamaña empresa si no alucinara echar raíces en el mismo lugar que destruye? (Repara nuevamente en ella y la obliga con suavidad a incorporarse) Miro tus ojos y me son extraños, como todo aquí. Pero sé que podría entregarme a ellos.

Lejano, apagado, se oye la voz callejera del pregonero, sobre un constante redoble de tambores. La luz del amanecer, que paulatinamente ha crecido, ha invadido ya el ámbito.

VOZ PREGONERO: ¡Hay Junta, hay Junta…! Al fiel y generoso pueblo de Buenos Aires... ¡Hay Junta, hay Junta!

CISNEROS: (Advertido) ¿Lo oyes? Ven. (La toma de la mano y la lleva a la ventana que da a la plaza, la muchacha lo sigue como sin recelo y sin entender) Anuncian que hay Junta… ¡Mi nuevo mandato! Junto con un nuevo día en el que sigue lloviendo. Según tu gente toda vez que un suceso conmueve esta ciudad y llueve algo se modifica de cuajo. Eso me han dicho y hoy quiero creerlo. No recuerdo si llovía cuando llegué, pero llueve ahora. Tengo planes. Quizá se pueda gobernar en la unidad… quizá decida no regresar jamás. Eres hermosa… y tienes un olor desagradable… Pero por lo extraño y desagradable penetra con la profundidad de un perfume.

Se abre la puerta intempestivamente y agitado, esgrimiendo un pliego en la mano, aparece el SECRETARIO.

SECRETARIO: Señor, el Cabildo manda anoticiaros de que todos los miembros de la Junta han renunciado. ¡Por lo tanto, requieren inmediatamente la vuestra!

La muchacha huye.
Apagón

Escena 7
Sobre el apagón, se oyen sordos estruendos de cañones. Al sonar de cada uno de ellos, Ia luz relampaguea sobre el escenario, creando una suerte de efecto estroboscópico en tanto se sucede Ia escena en continuidad directa.
INES: (Exaltada, que ha entrado) ¡Ahí tienes la respuesta que buscabas!

CISNEROS: ¡Nos bombardean! ¡Cúbrete! ¡El pendón real...! ¡Que me traigan el pendón real!

El SECRETARIO corre, saliendo.

INES: ¿Para qué...? No te sirvió una vez... cuando se suponía que aún eras el Virrey, no te servirá ahora. ¡Ya es tarde! ¡Sólo lograrás azuzar aún más a los revoltosos! Mejor guardalo. ¡Escondelo!

El SECRETARIO regresa con el pendón, una bandera -la Borbónica- similar a Ia nuestra. CISNEROS la toma.

CISNEROS: Al menos será mi mortaja. (Se envuelve en ella) ¡Mi espada!

INES: ¡La olvidaste durante demasiado tiempo! ¡Está enmohecida y sin filo!

SECRETARIO: (Desde el ventanal que da al río) ¡Sólo son salvas, senor! salvas de los buques ingleses...

CISNEROS: ¡No te escucho...! ¡¿Por qué has de hablarme siempre por mi oreja muerta?!

SECRETARIO: ¡Saludan a la nueva Junta, señor!

CISNEROS: ¿Nueva Junta...? ¿Sin mí?

INES: ¿Qué esperabas...?

CISNEROS: ¡Callate! Hablaré con ellos... seguramente el Síndico tendrá algo pensado... Es buen jugador de tresillo... alguna estrategia tendrá. O todo esto es parte de su estrategia y yo aún no lo sé. Vendrá. En este mismo instante debe estar subiendo las escaleras...

INES: ¡Ya todo no será más que silencio! (Encarándolo, fuerte) ¡Sé el Virrey! ¡Aunque más no sea para dejar de serlo! ¡Selo sin que ya lo seas! ¡No lo olvides para que no puedan olvidarlo ellos!

La puerta se abre con violencia.

CISNEROS: ¡Ahí está!

El escenario queda a contraluz al mismo tiempo que cesan los cañones. El sector de Ia puerta de acceso ya abierta en sombra profunda. Entra entonces un grupo de embozados en capas y galeras negras, con las cintas revolucio­narias. EMPLEADO, SINDICO y el CORONEL a quien se le vislumbra su uniforme bajo Ia capa. Junto a ellos un CAPITAN ingles. Un instante de silencio total. El SECRETARIO, subrepticiamente e incluso para el público, se escabulle tras ellos.

CISNEROS: (Imponiendo dignidad, aunque con voz algo aflautada) ¿De qué se trata, senores? ¡Así irrumpen en la habitación del Virrey?

CORONEL: Ya no hay Virrey... ni silla para quien lo fuera en Junta alguna. En nombre de la Revolución queda arrestado.

CISNEROS: ¿Revolución...? ¿Revolución? ¿La que haceis en nombre de Fernando VII?

CORONEL: Sólo por política nos hemos debido cubrir con ese manto.

CISNEROS: ¿Por política?

CORONEL: Ya que la libertad ganada derriba el dominio de los reyes de España y todo otro dominio.

CISNEROS: (Casi en un grito) ¡En tanto vomitan sus cañones los ingleses! ¿Qué festejan ellos? ¡No...! ¡Creeis hacer una Revolución y finalmente no haceis nada!

Apareciendo entre el grupo, también con capa y con los emblemas revolucionarios.

SECRETARIO: Hoy, 25 de Mayo, en la ciudad de Santa Maria de los Buenos Aires...

CISNEROS: (Descubriéndolo) ¿No eras tú mi Secretario?

SECRETARIO: (Avanzando un paso) Si, ex... ex-Excelencia. Lo fui también de don Pedro de Cevallos... el primer virrey de estas tierras...

CISNEROS: (Agobiado) ¡Entonces tenía yo sólo veintitrés años!

SECRETARIO: (Continuando, automatizado) Y tambien lo fui del señor Juan José de Vertiz y Salcedo, y del Marqués de Loreto y de Arredondo y de don Pedro de Melo y de don Antonio Olaguer Feliú y de don Avilés y Fierro y de Joaquín del Pino y del Marqués de Sobremonte, de don Santiago de Liniers y de vos, senor... don Baltasar Hidalgo de Cisneros... el último virrey... ¿Por qué no he de serlo ahora?

CISNEROS: El ultimo virrey...

SECRETARIO: Prosigo. Y por disposición de la Junta Provisional de Gobierno... se os deporta... con destino desconocido. (Mirando al inglés) Capitán...

El marino inglés queda al descubierto. Dos marineros lo flaquean.

CISNEROS: (Azorado) ¿Me entregan a los ingleses? ¡¿A los ingleses?! ¡No…! ¡No pueden hacer esto!

Los marineros toman a CISNEROS.

CISNEROS: ¡Mátenme…! ¡Degüéllenme…!

INÉS: ¡No!

CISNEROS: Si represento lo que abominan… ¡acaben conmigo! ¡Expongan mi cabeza en la plaza, sellen con sangre la libertad que quieren! ¡Pero háganlo! ¡Sino será la sangre de ustedes la que de aquí en más correrá para beneficio de otros! Paguen el precio de la libertad… ¡No detengan el brazo si lo alzaron para dar el golpe terrible…! ¡No me hundan en la vergüenza!

Todo el grupo, uno a uno, comienza a darle la espalda, casi como un acto de vergüenza. El CAPITÁN inglés se ha acercado y le saca el pendón con el que CISNEROS se cubriera.

CISNEROS: (mientras es llevado, sacado, debatiéndose pero sin resistencia franca) ¡Si no terminan conmigo, no terminarán nada, nunca! ¡Simularán hacerlo…! ¡Ay de los que crecen en raíces ajenas! (Ya casi en la puerta) ¡Cientos de virreyes con mil disfraces, vendrán a esclavizarlos bajo la apariencia de que los gobiernan. Y lo que es peor, los virreyes serán ustedes mismos!

CISNEROS desaparece llevado por los marinos. El CAPITÁN queda un instante en el centro de la escena.

CAPITÁN: (Mirando a INÉS que llora) My lady… (Mirando al grupo y luego al público) Gentelman… (A todos y en mutis) ¡Good look! (Deja caer el pendón en el suelo)


Apagón