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La vida real


Mirá, Martín ‑dijo muy seriamente el papá‑, pronto vas a cumplir los catorce y tengo que hablarte de hombre a hombre.
Por el ceño y el tono de la voz, Martín se dio cuenta de que su padre estaba preocupado.
_¿Sí?
_Hijo, ya sos grandecito. Estás en la secundaria y, bueno..., a tu mamá y a mí nos parece que es hora de que dejés de fantasear tanto. Hasta ahora hemos fomentado tu imaginación, te permitimos vivir en un mundo de duendes, de gnomos y de hadas... Nos encantó que nuestros amigos nos envidiaran porque leés tanto, cuando otros chicos no leen... Pero nos parece, bueno, que tenés que empezar a ver la vida real.
_¿La vida real?
_Sí, hijo, sí... Mirá a tus compañeros: la escuela, el fútbol, la tele, la computadora, las chicas... Eso: la vida real. Tenés que empezar a conocerla, a aceptarla. No puede ser que te pasés los días y las noches soñando con seres invisibles y alados... Pero no queremos forzarte y entonces, disculpá, se nos ocurrió algo que nos parece sano y positivo...
_¿Qué?
_Les pedimos a Juan, María Laura y Graciela, es decir, a tus tres mejores amigos, que charlaran con vos. Ellos, aunque tienen tu edad, están más..., ¿cómo diré?..., más con los pies en la tierra. Tienen trece o catorce años pero son menos soñadores. Les pedimos que salieran con vos y que, desde su propia adolescencia, trataran de explicarte cosas que tal vez nosotros, los mayores, no podamos aclarar porque no hablamos tu mismo lenguaje. Es por tu bien, Martín... Mirá, ahí vienen.
Martín vio, a través del ventanal, que avanzaban por el jardín del frente sus tres grandes amigos: Juan, María Laura y Graciela.
_Tomá unos pesos ‑dijo el padre sacando la billetera‑ y andá con ellos a tomar algo. Prestá atención a lo que te digan, querido. Es tiempo de que conozcas la vida real.
Martín salió sin decir palabra. El padre, satisfecho, vio que en el jardín se reunía con los otros chicos y que, los cuatro, charlando con inusitada gravedad, desaparecían en la esquina.
_Creo que es lo mejor ‑dijo para sí mismo, y se sentó para leer el diario.
Justamente al dar vuelta en la esquina los chicos se detuvieron.
_De modo que me van a hablar de la vida real ‑dijo Martín.
_Por supuesto ‑contestó Juan, y de inmediato le crecieron unas orejas puntiagudas, se le agrandaron los zapatos y le apareció en la cabeza un gorro altísimo de color rojo.
_¡La verdadera vida real! ‑gritó María Laura, agitando las transparentes alas de libélula‑ que surgían de sus omóplatos.
_¡La única! ‑confirmó Graciela, pasando un peine de oro por los larguísimos cabellos verdes que flotaban sobre su túnica de agua.
_Menos mal que todavía nos dura ‑suspiró Martín, mientras se volvía chiquito, cada vez más chiquito, hasta levantarse nada más que unos diez centímetros por sobre las baldosas de la vereda.

Eduardo Gudiño Kieffer
Argentina (1935-2002)